Al hablar de androides y coches eléctricos, vimos cómo elevar la reflexión sobre el efecto de los coches eléctricos, de la mera sustitución del vehículo de combustión a un replanteamiento general sobre la propiedad y el uso del automóvil, podía generar un efecto exponencial sobre el medio ambiente y nuestras vidas.
Dicho efecto es sólo el principio de una transformación mucho más poderosa, dado el impacto que el automóvil ha tenido y tiene sobre nuestra Civilización y nuestro Planeta.
Dicen que los humanos tendemos a sobrevalorar el impacto de la innovación en el corto plazo e infravalorarlo en el largo. Henry Ford decía que, si hubiese preguntado a sus clientes qué necesitaban, le habrían pedido “caballos más rápidos”. Llegó “la máquina que cambió el mundo”, y nada volvió a ser lo mismo.
El mayor impacto del automóvil en nuestra civilización no ha sido llevarnos de A a B. Ha sido convertir nuestras ciudades en laberintos de carreteras y mosaicos de aparcamientos. Multiplicar la creación de nuevos núcleos de población, aunque no se puedan alcanzar por transporte público. Acercar las distancias, para lo bueno y para lo menos bueno.
El coche ha sido nuestro compañero inseparable, nuestra extensión natural, pero también ha acabado dictando las reglas. Nuestra relación con el automóvil no ha sido equilibrada. Le hemos entregado nuestro medio natural y nuestras ciudades y nos hemos cobijado en el espacio que nos ha dejado.
Entregar nuestras ciudades al coche es el peaje del desarrollo y el crecimiento económico. Si has intentado cruzar la vía que bordea la ribera del Nilo en El Cairo sabes de lo que hablo. Si estuviste 30 años antes y puedes comparar, has visto lo que es “el progreso”.
Precisamente por eso un cambio exponencial en nuestra relación con el automóvil puede ser tan importante. No sólo podemos reducir dramáticamente emisiones y residuos. Es una oportunidad para redefinir el espacio de la Naturaleza y el nuestro propio y limitar el del automóvil. Llevar esa exponencialidad a nuestro entorno.
Te invito a imaginar ese futuro. Empezando por cómo serán las ciudades. ¿Con menos coches y más espacio para las personas? ¿Con más naturaleza? ¿Con distintas prioridades? ¿Mejores paseos? ¿Aire más limpio? ¿Menos prisas?
Ya contamos con pistas que parecen apuntar en esa dirección. Ciudades experimentales en las que el tráfico pasa a un segundo plano o es directamente prohibido, como Culdesac en Arizona, se convierten en lugares más habitables, con temperaturas de 32ºC cuando en el pavimento exterior es de 48ºC. Además, la gente que vive en ellas se siente más feliz. Acciones como reducir plazas de aparcamiento pueden desencadenar efectos positivos como fomentar el transporte público y la disponibilidad de viviendas. Base sobre la que se proyectan visiones de ciudades regenerativas donde primen las personas y la naturaleza, y planes como el de Lahti en Finlandia, que aspira a convertirse en una ciudad neutra en carbono en menos de 5 años.
Estos ejemplos indican que, si nos lo proponemos, hay alternativas que pueden mejorar nuestro entorno actual, en las que el coche pasa a un segundo plano. Pero el hecho de que hablemos de excepciones también pone de manifiesto la magnitud del reto. ¿Qué hace falta para conseguir estos cambios?
Todos podemos dar el primer paso, redefiniendo nuestra relación con el automóvil, priorizando el transporte público siempre que resulte posible y valorando alternativas antes de comprar un nuevo vehículo. Tal vez ni lo necesitemos.
Devolver al automóvil su valor de uso, como forma de llevarnos de A a B, y despojarle de su valor como símbolo de status, que le venía conferido por entenderse casi como una extensión de nuestra personalidad, es parte de este proceso. De hecho, ello explica en parte que las nuevas generaciones sean menos dependientes del coche, al haber crecido con más alternativas de uso y haber desplazado su afirmación de status hacia el móvil.
Acelerar en este cambio será mucho más fácil en la medida que contemos con nuevas alternativas que nos proporcionen ese valor de uso cuando lo necesitamos. Como la “triada” de vehículos eléctricos autoconducidos on demand que veíamos hace unas semanas. Evolucionar hacia modelos de alquiler y uso compartido, más atractivos que los hoy disponibles, es parte de la solución.
De hecho, cuando Uber se creó, su mercado objetivo a largo plazo era sustituir al coche privado, no al taxi. No es descabellado pensar que la mejora de este tipo de ofertas facilite desplazar gradualmente a los coches en propiedad, siempre que exista movilidad bajo demanda cuando la necesitemos, sea utilizando transporte público colectivo, compartiendo vehículo como en BlaBlaCar, o solicitando un viaje punto a punto a un taxi o una aplicación como Uber. Sin olvidar otras opciones de transporte sostenible, como moverse en bicicleta o andando.
Compartir recursos de esa manera puede abrir nuevos retos, que vamos encontrando según estos servicios evolucionan, tales como el cómo cubrir los picos de demanda con un parque total de automóviles inferior al actual, o qué necesidades de mantenimiento implica pasar a que haya menos coches pero estén activos durante más horas. Cómo los resolvamos determinará la magnitud del cambio.
Resolverlo nos lleva a otro tipo de preguntas: ¿por qué mantener una sociedad en la que todos tenemos los mismos horarios y fechas de vacaciones, lo que complica compartir recursos para la movilidad? ¿cuánto estamos dispuestos a sacrificar de nuestro nivel actual de libertad y comodidad?
Nuestras respuestas nos pueden llevar a imaginar un futuro distinto, no sólo en la dimensión espacial y cómo serán estas ciudades con menos aparcamientos y carreteras, sino también en la dimensión temporal. ¿Podemos eliminar los atascos y las horas punta? ¿Qué configuración de horarios y presencialidad es la mejor no sólo para nosotros sino para toda la sociedad? ¿Por qué irnos todos a la vez de vacaciones? ¿Eliminaremos el atasco de semana santa?
Tal vez imaginando dónde queremos llegar veamos más claro nuestro siguiente paso. En nuestras decisiones sobre movilidad y sobre otras tecnologías. Recordemos que los humanos sobrevaloramos el impacto de la innovación en el corto plazo pero lo infravaloramos en el largo.
La próxima semana nos damos una parada. La siguiente estaremos otra vez de vuelta
Si mientras necesitas mantener tu dosis de Verdades Incómodas, o simplemente te apetece, puedes aprovechar para leer algunas de las publicaciones anteriores. Puedes encontrar ideas sobre cómo combatir el cambio climático, mediante la transición energética y reduciendo nuestro consumo, y cómo acelerarlo mediante “quick wins”, en el marco del COP-28. O sobre qué hace que un producto sea sostenible, profundizando en ejemplos que apuestan por lo duradero , el impacto de pasar de modelos de propiedad a sharing, o contrarrestar el consumismo tipo Shein. También reflexiones sobre cómo podemos ayudar al Planeta sin caer en fanatismos y teniendo en cuenta al NIMBY que todos llevamos dentro. O aprendizajes sobre mi experiencia en Gratix, como los retos de compatibilizar nuestra sociedad de consumo con nuevos hábitos circulares y definir el mercado relevante para arrancar comunidades que comparten.
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