Al valorar qué podemos hacer como Planeta para combatir el cambio climático, llama la atención que un reto de tal gravedad, que debería unirnos como sociedad, nos divida.
No es sólo que haya escépticos del cambio climático que adopten posturas negacionistas. Entre los más preocupados por salvar el Planeta también abundan posturas que se acercan a lo que podríamos llamar “fundamentalismo climático”. En ambos casos se trata de posturas absolutas, radicalmente a favor o en contra de elementos que pueden impactar sobre el clima, no abiertas a razones y sin opciones al diálogo.
Desafortunadamente, no sólo es el clima donde nos estamos encontrando este tipo de enfrentamientos, más bien es otra muestra de un “clima” muy presente en nuestra sociedad estos días. Como analiza
en su libro Los Peligros de la Moralidad, vivimos una “epidemia de moralidad” que envenena el diálogo y la colaboración y dificulta nuestro avance como sociedad. La lucha contra el cambio climático y la rapidez de nuestra movilización se están viendo también afectadas por esta coyuntura.Contradicciones aparentes del “fundamentalismo climático”
Siendo el activismo climático importante para avanzar en la lucha contra el cambio climático, no ayuda basarlo en afirmaciones absolutas y dogmáticas, al dificultar el diálogo imprescindible para tomar mejores decisiones y alcanzar amplios consensos.
Evolucionar hacia un futuro descarbonizado requiere un enfoque científico y equilibrado que resuelva contradicciones aparentes.
Por ejemplo, queremos acabar con el desperdicio alimentario, y eliminar los plásticos - si bien los necesitamos para conservar alimentos.
El desperdicio alimentario es uno de los grandes problemas de nuestro Planeta tanto por su efecto medioambiental como social. Más de un tercio de los alimentos se desperdicia, y se estima que el desperdicio alimentario es responsable de un 10% de los gases de efecto invernadero. En un mundo en el que se estima que casi el 9% de la población pasa hambre, es un desastre ambiental y un drama social.
En este contexto, eliminar los plásticos de la noche a la mañana sería contraproducente. Aunque debemos centrarnos en encontrar alternativas sostenibles a los plásticos que no sacrifiquen la calidad de los alimentos, de forma inmediata es importante valorar dónde el beneficio que produce su uso es superior al daño medioambiental que causan, mientras buscamos una alternativa competitiva.
Abogar de forma intolerante por la eliminación inmediata de todos los plásticos, sin atender a esta lógica, no sólo incidirá en un menor aprovechamiento de alimentos, sino que además dificulta priorizar una sustitución progresiva que considere dónde el impacto es mayor en el corto plazo y dónde debe continuarse buscando soluciones.
Con frecuencia, este “fundamentalismo climático” se centra en acciones simbólicas con un impacto real limitado. Es el caso de las pajitas de bebida. Inicialmente impulsado como un movimiento para evitar que se ofreciesen por defecto al pedir una bebida en un restaurante, ha llevado a una industria de “pajitas sustitutivas” que, siendo inferiores en funcionalidad, no son más fáciles de reciclar. Una victoria simbólica para sus partidarios, celebrada como si su impacto fuese superior, en realidad aún pendiente la necesidad de una solución más efectiva en el largo plazo.
Sin embargo, este es el tipo de resultados que encontramos cuando nos enfrentamos a los problemas desde posiciones absolutas y dejamos de lado el análisis y el diálogo.
Los peligros de la moralidad
Recientemente he tenido la oportunidad de conocer las reflexiones recogidas en Los Peligros de la Moralidad, de
, gracias a su charla conen el podcast de Kapital y al resumen de su libro poren Aprendizaje Infinito (este último incluido entre sus contenidos de pago, servicio que por cierto recomiendo).Los riesgos que Pablo ilustra sobre cómo una concepción excluyente de la moralidad está afectando a nuestra sociedad pueden ayudarnos a poner en contexto el “fundamentalismo climático” que antes mencionábamos, que establece verdades absolutas que sirven como base para negar el diálogo, sea por los partidarios de priorizar la lucha contra el cambio climático o por los oponentes que lo niegan.
Esto es preocupante. Siendo el cambio climático un reto urgente, necesitamos menos enfrentamiento y más diálogo para coincidir como sociedad en un plan conjunto.
Comparto algunas notas, tomadas del resumen de Sergio San Juan sobre Los Peligros de la Moralidad, para ilustrar dichos riesgos. Comienzo con la síntesis que hace de la idea básica del libro y por qué la moralidad puede convertirse en peligrosa:
La moralidad tiene dos caras. Despierta los ángeles que llevamos dentro y nos empuja a cometer las peores atrocidades. La evolución nos permite entender cómo desarrollamos esta capacidad. Nuestra tendencia a dividir el mundo en Ellos contra Nosotros esconde nuestra bestia interior. Los genocidios nos enseñan hasta dónde podemos llegar. Todo vale en nombre del bien. La falta de encaje entre nuestros instintos paleolíticos y el entorno digital que habitamos, agrava todavía más el problema.
Actualmente vivimos una epidemia de moralidad. Fenómenos como la cultura de la cancelación, la sociedad del victimismo, la indignación en redes sociales y los linchamientos morales, peligrosamente parecidos a la caza de brujas liderada por la Inquisición; son prueba de ello. La Justicia Social Crítica, con las ideas posmodernistas como base, se ha apoderado de la superioridad moral para ocupar la vacante que ha dejado la religión. Esta expansión sin límites de la moralidad a todas las esferas de nuestra vida, pone en riesgo la ciencia, la democracia y la sociedad tal y como la conocemos.
Aún con cierta diferencia de grado, desgraciadamente podemos observar algunos de estos rasgos en la discusión pública sobre el clima. De particular relevancia son las reflexiones de cómo la ideología puede separarnos, especialmente en un entorno de sobresimplificación amplificada por redes sociales:
La ideología es fundamental para entender el tribalismo. La ideología podría definirse como un conjunto de heurísticos sobre qué está bien y qué está mal, que orientan y justifican nuestras acciones en sociedad. Simplificar nos permite ser operativos en un entorno con grandes cantidades de información. Estos heurísticos nos permiten coordinar acciones en grupo. La parte negativa es que dificulta la colaboración con otros grupos. El sólo hecho de querer escuchar las ideas de Ellos implica deslealtad. ¿Cómo vas a escuchar a los malos? No nos damos cuenta de que la misma visión que tenemos Nosotros de Ellos, Ellos la tienen de Nosotros.
E incluso llevarnos a un paso más en el enfrentamiento:
El lado oscuro de la moralidad se encuentra en nuestra tendencia a dividir el mundo en dos: Ellos y Nosotros. Nuestro grupo está en el centro (etnocentrismo). Cooperamos para la guerra (altruismo parroquial), para derrotar a los Otros. La empatía con Nosotros; con Ellos la alegría por su sufrimiento y el dolor por su éxito. La lealtad no se reparte entre competidores: o con Nosotros, o con Ellos. Nosotros actuamos movidos por el amor; Ellos movidos por el odio.
Esta concepción partidista de los problemas pone en riesgo el sistema democrático y el diálogo en el que se basa nuestra prosperidad. La nueva moralidad opera como una religión, que, cuando se presenta como verdad absoluta, puede dar lugar al fundamentalismo ideológico:
El tribalismo intrasocietal puede llegar a imposibilitar la democracia. Si eliminamos el respeto necesario por cualquier visión diferente a la nuestra porque —podridos por la ideología— pensamos que sólo nuestra visión del mundo es legítima, acabaremos con la civilización tal y como la conocemos. Tenemos que superar la cara oscura del tribalismo. Tomar en serio la idea de que podemos estar equivocados. Cultivar espacios para criticar las ideas. Trabajar juntos por un objetivo común. Diseñar una sociedad que alimente nuestra predisposición a la cooperación y mantener bien atada a nuestra bestia interior.
La religión daba cierta estabilidad moral. Con la Iglesia como autoridad moral no se podían producir tantas variaciones en tan poco tiempo como con los medios de masas. Las (nuevas) normas morales se distribuyen 24 horas al día, 7 días a la semana. Se da un bucle de retroalimentación en el que la sociedad llena los medios de ideas morales, y los medios devuelven ideas morales a la sociedad. Los incentivos económicos empujan a dar un peso excesivo a los conflictos para capturar la atención. La indignación moral es mucho más valiosa para los medios que el consenso. La religión (cristiana en Occidente), que servía de freno, ha sido reemplazada por una nueva.
El sistema operativo de nuestra sociedad durante los últimos dos siglos ha sido el liberalismo, caracterizado por la democracia política, las limitaciones del poder del gobierno, el desarrollo de derechos humanos universales, la igualdad legal, la libertad de expresión o el respeto a la diversidad de valores. Para resolver conflictos, en el liberalismo nos tenemos que poner de acuerdo entre personas y grupos con diferentes puntos de vista. Las amenazas llegan por los dos lados: la emergencia de hombres fuertes y totalitarios desde la extrema derecha, y la aparición de los nuevos paladines de la moral desde la extrema izquierda.
Lo que empieza como escepticismo y pesimismo trata de imponerse como una verdad absoluta que no se puede discutir. Estas ideas se contaminan de moral y se pasa del «es» al «debe ser».
La amenaza última es que dicha moralidad se apodere de la política y de la ciencia:
En la democracia es positivo que existan diferentes puntos de vista. Si la moral llega a la política (y está llegando), la democracia está en peligro. Cuando hay un partido bueno y un partido malo, se acaba el debate. Si ya sabemos la verdad (la de nuestro partido), sobra la democracia.
Es importante separar la moral de la ciencia porque nuestro instinto de ser aceptado por el grupo, científicos incluidos, es mayor que nuestro instinto de buscar la verdad. Si dejamos que la ideología entre en la investigación, veremos en riguroso directo un suicidio de la ciencia. Si queremos habitar en un mundo más justo, el punto de partida es conocer la realidad tal y como es, no como queremos que sea.
Que el cambio climático, o algunos de los movimientos que pueden venir asociados al mismo, como la eliminación de plásticos o el veganismo, se conviertan en dogmas indiscutibles conforme a este concepto de la moralidad, puede no sólo dificultar la búsqueda de las mejores soluciones que equilibren progreso y respeto al medio ambiente, sino generar un rechazo sistemático de los Ellos que lo identifican como parte del discurso de Nosotros, y que por tanto no merece ni escucharse.
Es, por tanto, necesario no hacer de la discusión sobre cambio climático un motivo de enfrentamiento, y, sobre una base científica, cultivar estos “espacios para criticar las ideas”. Dada la urgencia del problema, el riesgo de olvidarnos de hacer un balance equilibrado y radicalizar nuestro activismo, jaleados por los mecanismos de difusión masiva que suponen medios y redes sociales, es mucho mayor. Metafóricamente, podemos encontrarnos apoyando un “culto a la Madre Tierra”, basado más en un fundamentalismo climático que en el pragmatismo que necesitamos.
El primer paso para evitarlo es ser conscientes, y evitar engañarnos a nosotros mismos. Obligarnos a darnos cuenta si estamos cayendo en dicho fundamentalismo y, de ser así, corregirlo. Actuar en consecuencia. Separar información e ideología. Y buscar soluciones, que no enfrentamientos.
Des-ideologizar el cambio climático
En definitiva, siendo imprescindible no olvidar la gravedad del cambio climático, se trata de un problema de base científica al que tenemos que enfrentarnos con enfoques pragmáticos basados en la ciencia. Enfrentarnos a la urgencia pensando “en frío”.
Radicalizar el problema, y llevarlo a verdades absolutas simplistas e irrebatibles, nos lleva a dos problemas:
De una parte, alcanzar soluciones sub-óptimas o claramente mejorables basadas en una sobresimplificación de la realidad, sacrificando el interés general frente a lo que se conseguiría con alternativas más equilibradas y analizadas. Por ejemplo, imaginemos que se establece una prohibición del consumo de carne de vaca, como de hecho hacen algunas religiones: Si bien su ganadería es un generador de metano y gran consumidor de recursos naturales, es necesario hacer un balance equilibrado que tenga en cuenta todos sus efectos positivos tanto sobre nuestra dieta como sobre el resto del ecosistema agrario, además de la felicidad que produce su consumo.
De otra parte, generar enfrentamientos y tensiones sociales, que dificultan la búsqueda de soluciones y podrían evitarse de plantear estos problemas en espacios de discusión sobre una base científica.
La última paradoja que podemos encontrar como consumidores es que estas “verdades absolutas” y los enfrentamientos que generan concentren nuestra energía y nos distraigan de dónde realmente podemos tener el impacto, que es con nuestra acción diaria como consumidores.
En definitiva, tratemos de mover la conversación climática al modo solución y diálogo y alejarnos de fundamentalismos. Seguro que conseguimos mucho más.