¿Sueñan los androides con coches eléctricos?
Nuestra solución lineal a un problema exponencial
En 1968 Philip K. Dick compartía una visión del futuro en su novela “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”. Un futuro que sin duda incluía androides y electricidad. Su adaptación al cine, “Blade Runner”, ha hecho historia.
Más de 50 años después, el futuro sigue prometiendo muchos androides y electricidad - aunque parece que en forma de coches y no de ovejas.
El coche eléctrico (a veces llamado “EV” por sus iniciales en inglés) es un gran invento. No sólo puede ser determinante en reducir las emisiones de gases de efecto invernadero cada vez que lo usamos, sino también reducir “la Tragedia de la Energía” a nivel medioambiental y geopolítico.
La revolución tecnológica iniciada por Tesla es uno de los mejores ejemplos de cómo la innovación puede darnos armas para combatir el cambio climático. Probablemente Elon Musk y Tesla sean la persona y la empresa que más han hecho por la descarbonización a nivel mundial.
Impacto de los coches eléctricos sobre el cambio climático
Sin embargo, “pasarnos al coche eléctrico” resulta un avance limitado como solución al cambio climático y el deterioro medioambiental. Al fin y al cabo, se trata solamente de una solución sustitutiva de los coches de motor de combustión interna (“ICE” por sus siglas en inglés). Si bien los vehículos eléctricos pueden reducir notablemente su impacto medioambiental respecto a los de combustión, no son neutros. De hecho tardan de media entre 1 y 2 años de uso en lograrlo, ya que generan un mayor volumen de emisiones de su fabricación. Además, al final de su vida útil se convierten en un residuo altamente contaminante.
La sustitución del coche de combustión por el coche eléctrico supone por tanto una mejora de eficiencia, pero no modifica el modelo actual de consumo lineal extraer-fabricar-tirar. Dicho ciclo requiere, por cada coche fabricado, la extracción de minerales “verdes” como el litio, cobalto y níquel, con impacto negativo a nivel medioambiental y social, y genera residuos difíciles de reutilizar y reciclar.
Pero el cambio climático es un problema exponencial. En un entorno de urgencia climática, no basta con una simple sustitución que reduzca de forma unitaria las emisiones. Además, se prevé un escenario en el que siga creciendo el parque automovilístico a nivel mundial. Dependiendo del crecimiento total y nivel de sustitución del parque actual, es probable que este avance ni siquiera sea suficiente para conseguir una reducción total de emisiones.
Solamente el impacto medioambiental de fabricar todos los EVs necesarios para sustituir el parque actual de ICEs y hacer frente al crecimiento de la demanda es enorme. A lo que van unidos los residuos generados tanto por por las nuevas unidades producidas como por las sustituidas. Incluso no siempre saldrá a cuenta la sustitución de coches de combustión, si su uso es reducido.
Pero, sobre todo, hay que replantearse si necesitamos tantos coches como hemos estado disfrutando hasta ahora. Y si ese es el modelo para los países en desarrollo, que todavía no los tienen pero nos están tomando como referencia.
Pensando en exponencial
Como explica Manuel Maqueda, profesor de Harvard de Economía Circular, “pasar todos los coches a eléctricos eliminaría poco más de la mitad de las emisiones. La otra mitad sale de la fabricación: Fabricas un montón de coches y luego los tiras”. A ello añade datos aplastantes: “De media, un coche está aparcado el 96% del tiempo. Su ocupación media es de 1,3 personas. Quitando aparcamiento y atascos, sólo el 2,5% del tiempo corresponde a ir del punto A al punto B, que es la razón de ser del automóvil”.
Pero es que, además, destinamos casi la cuarta parte de la renta disponible en Europa a “comprarnos un coche”. Además del perjuicio al Planeta, el sistema de propiedad generalizada de un coche nos convierte en “esclavos del coche a crédito”, al que dedicamos recursos que podrían hacernos más felices.
¿Necesitamos mantener este modelo, o podemos vivir con menos coches? Sobre la base de ese parque que durante el 96% de su tiempo son “una escultura moderna", Manuel Maqueda plantea si podríamos prescindir del 90% de los coches. Este cambio de óptica sí que supone pasar de pensar en lineal a hacerlo en exponencial, y empezar a tomarnos en serio el partido para salvar al Planeta.
Desacoplar la necesidad de moverse de A a B de la fabricación de automóviles tendría un efecto exponencial. En nuestro modelo de “Cambio Climático para dummies”, supondría apostar por el efecto consumo para reducir emisiones. Sin descuidar el efecto energía, que mantendría las ventajas del cambio del coche de combustión al eléctrico, con un papel más secundario.
Y lograrlo es realizable, siempre que nos lo propongamos. Existen tecnologías y soluciones ya listas para explorar y que deberíamos hacer todo lo posible para acelerar. El automóvil, siendo un gran invento, debe reducir su peso en nuestra economía, sociedad y medio ambiente. Pensar en clave de economía circular, unido a la innovación tecnológica, pueden ser nuestras mejores aliadas para hacerlo posible, y traer al terreno de lo cotidiano alternativas que ni siquiera podemos imaginar hoy.
Buena parte de la revolución tiene que venir por la potenciación del transporte público y los sistemas de mobility sharing, particularmente en las ciudades y en los trayectos interurbanos de mayor volumen y frecuencia de pasajeros. Pensemos en las posibilidades que puede ofrecer la combinación de la inteligencia artificial con tecnologías como el vehículo autoconducido a la hora de planificar y optimizar diferentes opciones de movilidad.
El automóvil para trasladarse de A a B ofrece también grandes oportunidades de evolución. Daniel Yergin habla del potencial de la “triada” resultante de la combinación entre vehículos eléctricos, aplicaciones de “car pooling” y vehículos autoconducidos para revolucionar el sistema de transporte. Sistemas como este pueden generar un efecto exponencial para reducir emisiones y residuos.
Compañías como Uber o Lyft, de hecho, compartían esta inspiración cuando se crearon. Su ambición no era simplemente sustituir al taxi sino, mediante un incremento del uso del coche como un activo tradicionalmente infrautilizado, transformar a “compradores de coches” en “usuarios de movilidad”. Como de hecho están consiguiendo gradualmente entre parte del público más joven. Los datos lo avalan, con estimaciones que apuntan a que el porcentaje ocioso de un coche compartido se reduce del 95% al 65%, el equivalente a concentrar el uso de 7 vehículos.
Un mayor desarrollo de este tipo de alternativas puede cambiar nuestra percepción del valor que nos aporta ser propietarios de un coche y llevarnos, ya no sólo por sostenibilidad, sino también por comodidad y economía, a pasarnos al acceso a la “mobility on demand” y prescindir del coche y todos sus costes asociados (¡adiós, crédito coche!).
De hecho, algunos de los mercados que más rápidamente avanzaron en promover la compra de coches eléctricos se están replanteando las políticas que aplicaron y sus efectos. Es el caso de Noruega, país emblemático en fomentarlo, donde se han dado cuenta que algunas de sus medidas estaban estimulando la compra de EVs de forma poco equitativa y en detrimento de otras opciones con mayor impacto medioambiental, como el transporte público.
Sus aprendizajes nos pueden ayudar a todos: si queremos reducir emisiones, lo que sobre todo necesitamos son menos coches. No basta con reducir los coches de combustión, tenemos que conducir menos.
Decrecer en coches
Este imperativo, que no es fácil de llevar a la práctica (a muchos nos gusta conducir), es una buena ilustración de cómo pensar en el decrecimiento como referencia. No sólo puede servir como inspiración, sino que además es perfectamente aplicable en casos concretos donde el impacto puede ser significativo y existen alternativas razonables.
Aplicar la idea de decrecimiento, no como un mandato forzado a aplicar de forma imperativa en toda la economía, sino como una herramienta que priorice el bienestar de todos y la prosperidad del Planeta, puede llevarnos a conclusiones tan claras como que podemos fabricar menos coches y como sociedad necesitamos adoptar medidas que lo incentiven. De esta forma, el degrowth no es demagogia, es una herramienta útil para aplicar en los casos en que existen alternativas.
¿Podemos decrecer la fabricación de coches en un 90%? Un cambio así de exponencial, que probablemente ninguno somos capaces de imaginar, no sólo tendría impacto en los automóviles, sino en todo el mundo que hemos configurado alrededor de los mismos. Aspirar a ello supone pensar en grande e invertir de forma decidida en el desarrollo de alternativas de movilidad.
¿Utopía o solución?
Si el futuro necesario es un Planeta con menos coches y más movilidad compartida, que a su vez aprovecha la mejor eficiencia del coche eléctrico, es necesario concretarlo en pocas ideas claras. Pero sobre todo necesitamos empezar. Empezar a usarlos menos y fabricar menos.
La receta para hacer real esta “utopía” podría contener los siguientes ingredientes
Dejar de fabricar coches de combustión, y hacer que todas las nuevas compras de coches sean eléctricos. O de segunda mano. Así se lograría minimizar la necesidad de fabricar más coches y asegurar que todo el nuevo parque reduzca sus emisiones.
Hacer un uso responsable de nuestro vehículo actual, por ejemplo dejándolo aparcado siempre que exista una opción de transporte público. Si es así, tampoco hay que apresurarse por cambiar de coche, ya que el impacto medioambiental de la fabricación de otro vehículo nuevo y el achatarramiento del actual probablemente exceda al de un uso moderado del que ya tenemos. Incluso puede que así nos demos cuenta que no necesitamos un coche nuevo.
Apostar decididamente por el desarrollo de un modelo de movilidad alternativo, basado en el transporte público y los recursos compartidos, sobre todo en las ciudades y en las rutas principales, optimizado con ayuda de la tecnología. Que nos facilite poder priorizar su uso siempre que resulte posible.
Quizás no sea el plan que más le convenga a los fabricantes de automóviles, pero sí al Planeta. Si lo conseguimos, habremos aplicado una solución exponencial a un sector que supone el 18% de las emisiones de carbono a nivel global. Y también probablemente estemos disfrutando de unas ciudades más habitables y humanas. No olvidemos que muchas de las conquistas de nuestra sociedad comenzaron como utopías.
Y si necesitamos ir de A a B, los androides estarán contentos de acercarnos en un vehículo eléctrico 🤖🚘🌍.
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