La Tragedia de la Energía
Cómo nos hicimos dependientes de las energías fósiles, y cómo “desengancharnos” de forma sana
Importancia y dependencia de la energía
El descubrimiento y uso de la energía como aliado en el desarrollo de la sociedad ha sido, sin duda, un logro importante en la historia de la humanidad. El pasar de un mundo con energía ocasional y limitada, al sistema actual basado en la seguridad y accesibilidad del suministro, tanto para empresas como particulares, es un gran avance para el logro de progreso y bienestar.
De hecho, nos resulta tan fundamental que, a nivel particular, no podemos imaginar nuestra sociedad sin dicho suministro de energía. Basta con pensar cómo reaccionamos si alguna vez se corta la electricidad o se quedan sin combustible las estaciones de servicio.
La energía es necesaria, y no sabemos vivir sin ella. Sin embargo, el impacto de cómo hemos estado solucionando nuestras necesidades energéticas durante la historia reciente ha tenido consecuencias trágicas sobre el desarrollo natural y social de nuestro Planeta. Es hora de ser más conscientes de nuestras decisiones energéticas.
Consecuencias no queridas del consumo de energías fósiles
El alto rendimiento de los combustibles fósiles hizo que en los últimos siglos estos pasasen a convertirse en la principal forma de cubrir nuestras necesidades y facilitar el desarrollo económico, con la sustitución inicial de la madera por el carbón, y el predominio actual del petróleo y el gas, aupados por sus ventajas o menores riesgos percibidos sobre otras fuentes energéticas (hidráulica, nuclear).
Sin embargo, desde hace varios años conocemos el impacto directo de las energías fósiles sobre el cambio climático. Al consumirlas, estamos “ahogando” el Planeta con emisiones de CO2. Nuestro modelo energético ataca directamente la conservación del medio ambiente y nuestra calidad de vida, incluso eventualmente nuestra supervivencia como civilización.
Pero hay otro componente trágico en el consumo de energías fósiles: su impacto político y social. Dada la separación entre los países que consumen y los “petroestados”, que cuentan con dichos recursos fósiles en abundancia, cada vez que las consumimos estamos generando una transferencia neta de riqueza entre nuestra sociedad y aquellos países que cuentan con yacimientos.
Dada la elevada concentración de dichos recursos en pocos países, es fácil entender a quién enriquecemos con su consumo: mayoritariamente a Estados que no comparten nuestros valores ni estándares sociales y democráticos, en muchos casos liderados por autocracias dirigidas por oligarcas que ni siquiera se centran en el bienestar de sus ciudadanos (cuando no son directamente “súbditos”) y que en muchos casos utilizan para financiar guerras. Irán o Rusia son dos ejemplos claros. Además, dicha concentración de la oferta les permite ajustarla mediante su propio cartel (OPEP+) y subir los precios a conveniencia, y con ello elevar la transferencia de riqueza que se produce entre nuestra sociedad y sus arcas.
La energía que consumes es el mundo que quieres
Por ello, aplicar la máxima de que tu consumo es tu voto es particularmente relevante en el caso de la energía que consumes. Y además urgente, dada la emergencia climática en la que nos encontramos, a la que se une la tensa situación geopolítica que seguimos en buena parte financiando.
Ello implica emprender, apoyar y facilitar la transición energética, teniendo en cuenta que cambiar de modelo es complejo y hacerlo de forma rápida implica soluciones que no son perfectas.
Como el historiador energético Daniel Yergin ilustra en “The New Map”, transiciones como esta pueden llevar mucho tiempo, incluso teniendo en cuenta que en las últimas décadas hemos avanzado de forma importante en aprovechar la energía del sol y el viento. Dada su naturaleza intermitente y su dependencia de la extracción de “minerales verdes”, las renovables no son completamente suficientes ni libres de riesgos geopolíticos.
Es necesario acompañar el progreso en la electrificación que posibilitan con una mayor responsabilización de todos y una apuesta continuada por la innovación para contar con un mayor número de alternativas verdes y socialmente responsables.
Qué podemos hacer como consumidores
En ese marco, nuestro papel como sociedad es determinante para acelerar esta transición, como consumidores y como opinión pública.
Como consumidores y ciudadanos, podemos “votar” con nuestro consumo de energía. En primer lugar, reduciendo cuánta energía consumimos, con decisiones como usar más el transporte público y menos el propio, o ponernos un jersey en casa para quitarnos el frío, reduciendo la temperatura de la calefacción.
Por otra parte, eligiendo opciones de suministro energético que reduzcan la dependencia de combustibles fósiles. Si necesitas comprar un coche o una caldera, infórmate cuál es la mejor opción. Ya existen opciones sustitutivas a los combustibles fósiles que no sólo reducen emisiones sino que incluso pueden salir más a cuenta. Aísla tu casa, elige bien los materiales para reducir la energía que necesitas.
Qué más podemos hacer
Como ciudadanos que creamos opinión pública, tenemos que ser conscientes de que esta transición no será fácil ni inmediata. Cuantos más seamos trabajando por ella, antes la conseguiremos. Ello implica estar dispuestos a aceptar ciertos sacrificios y entender quiénes pueden ser nuestros aliados y quiénes no.
Tendremos que tomar decisiones que no resultan confortables y a veces implican elegir entre lo malo y lo peor. Si queremos que la electricidad que usamos no se genere mediante energías fósiles, será necesario que aumenten las instalaciones de placas solares y molinos de energía eólica, y que, cuanto más cerca estén, más sostenibles serán. No hagamos el NIMBY (“Not in my Backyard”) y facilitemos su instalación.
También hay que entender quién puede estar de lado de la transición energética y unir fuerzas. Paradójicamente, las empresas que parece que más pueden perder, el sector Oil & Gas, son las que más pueden hacer para acelerar el cambio del modelo. Enfrentarse frontalmente a ellas, en particular a aquellas compañías públicas en países de nuestro entorno, puede no ser la mejor estrategia, si estas coinciden en la necesidad de transformarse. Especialmente cuando el mercado de energía es global y existen otros productores con los que no podemos contar. Son aquellos en los países de origen de los recursos, que además de estar completamente alejados de nuestros valores, han demostrado su insensibilidad a estas críticas y su interés en maximizar sus beneficios hasta el último momento.
Elijamos nuestros aliados. Sin duda las compañías de Oil & Gas son parte del problema, pero podemos convertirlas en parte de la solución. Ello puede dar mejor resultado que demonizarlas o aplicar boicots sistemáticos. Al final, está también en su mejor interés trasformarse y prepararse para un futuro descarbonizado. Eso sí, siempre que demuestren una voluntad decidida de transformación para resolver el problema, que se plasme en planes de transición y se lleven a cabo con total transparencia.
Ejemplos como el de Occidental Petroleum (OXY), compañía participada por Warren Buffett, que está liderando la integración de la captura de carbono en sus procesos de generación, llevan al optimismo. Necesitamos más ambición y más velocidad.
Acabemos con esta tragedia
Merece, por tanto, la pena que valoremos nuestra relación con la energía y hagamos uso de nuestro consumo y capacidad de influencia para acelerar la transición energética. Y urge.
No sólo estaremos poniendo nuestra aportación para combatir el cambio climático, sino también para comprar nuestra independencia energética y dejar de financiar modelos sociales y políticos que nos perjudican.
Gracias por leer Verdades Incómodas
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