Sin que sirva de precedente, la reflexión de esta semana está “pegada a la actualidad” y a la trascendencia del acuerdo alcanzado en la COP-28. En estos tiempos de sobresimplificación, es difícil resistirse a la oportunidad de resumir toda la complejidad que entraña una conferencia como esta en 2 palabras. La COP es y ha tratado mucho más que eso, pero esta cumbre pasará a la historia por la declaración en Dubai del “Transition Away (from Fossil Fuels)”, por su simplicidad y simbolismo.
Y es que, en este caso, a la trascendencia de la COP-28, como foro anual para avanzar en el consenso de todos los países para combatir el cambio climático, se une un relato que combina la intriga de una serie popular con la emoción de un partido de fútbol: Su celebración en el Golfo Pérsico, epicentro mundial de los combustibles fósiles, presidida por el responsable de una de las mayores petroleras, Sultan al-Jaber, que, en unas declaraciones robadas, hace dudar de su intención sincera de acelerar la solución al cambio climático… pero el final ha sido feliz.
El debate que ha trascendido se ha centrado en ponerse de acuerdo en dos palabras. Frente al “phase out” de combustibles fósiles empujado como compromiso claro e inequívoco por los delegados de la COP más preocupados por la urgencia de avanzar en la descarbonización, la redacción finalmente adoptada opta por un “transition away”, que es menos, pero mucho más de lo que inicialmente cabía esperar de la cumbre con mayor presencia de representantes de la industria de los combustibles fósiles de la historia.
De ahí la metáfora futbolística y el resultado final que, aunque en cierto modo puede interpretarse como una victoria en cuanto al compromiso alcanzado por la transición energética, puede saber a empate si se toma como referencia el “phase out”. Ambas posiciones han cedido pero se ha logrado un consenso y compromiso no previstos al inicio de la cumbre.
Como comenta Emily Atkin en Heated, aunque técnicamente sea correcto referirse al compromiso de “transition away” como un reto histórico, se trata sobre todo de un paso adelante y ahora es preciso pasar a la acción, que requiere mucha mayor concreción a múltiples niveles.
Los méritos del compromiso de “transition away”
En este contexto, el compromiso de “transition away” parece un equilibrio razonable y tiene los méritos de ser un acuerdo en el que ambas partes han cedido pero su dirección es inequívoca.
Aunque hablar de “transition” parece insuficiente en este entorno de emergencia climática, tampoco parece que contemos con otra alternativa realista para alcanzar lo antes posible los objetivos de reducción de emisiones. Pese a las demandas sociales por una solución al cambio climático, la población ha demostrado no estar dispuesta a aceptar reducciones en la accesibilidad y seguridad del suministro de energía, allí dónde los gobiernos han tratado de introducir medidas para limitar el consumo energético.
Mientras no contemos con alternativas energéticas capaces de sustituir de forma inmediata, eficiente y permanente la totalidad del consumo, es necesario pensar en términos de transición, y el incluir a los principales emisores en el compromiso supone hacerles parte de la solución y no sólo del problema.
Es más, dada la enorme magnitud del cambio necesario para pasar de una inercia de emisiones crecientes al objetivo futuro de cero emisiones o “net zero”, no podemos limitarnos a una única estrategia para lograr la descarbonización. Un plan de transición que incentive explorar en paralelo otras tecnologías, como la captura de carbono, abre nuevas oportunidades para contar con más armas para acelerar la descarbonización.
Buena parte del problema que subyace es la desconfianza que generan los Estados y compañías que han demostrado priorizar sus intereses particulares sobre los del Planeta, provocando el enfrentamiento de planteamientos rotundos para evitar declaraciones cosméticas que no se traducen en un impacto real. Es fundamental construir un entorno de confianza para cumplir este compromiso de transición y que este se plasme en planes con hitos que permitan seguir su evolución de forma transparente.
Más importante aún es el “away”, probablemente el mayor logro de este compromiso. Porque el “away” marca una dirección y un rumbo inequívoco. El destino se ha definido claramente: el fin de las energías fósiles.
Dirección que no sólo compromete a los signatarios de la COP-28 sino que además, como señala The Economist, necesariamente tendrá un impacto sobre gobiernos, inversores y mercados, que han recibido una indicación que "el petróleo, el gas y el carbón no son ya las inversiones sólidas que solían, y les resultará más atractivo dirigir sus fondos hacia fuentes de energía más limpias”. Este horizonte temporal debería tener efecto inmediato, empezando por desincentivar la puesta en marcha de nuevos proyectos y explotaciones.
Al final, el impacto de este acuerdo va a depender de la velocidad con que se efectúe dicha transición. Ajustar los planes de la industria a este compromiso y llevarlos a cabo sin dilaciones sigue siendo un reto, si bien este nuevo marco establece un nuevo nivel de exigencia.
Particulares y empresas podemos tener un impacto significativo y contribuir a acelerar dicha transición con nuestras decisiones de consumo y nuestras apuestas de innovación. Como ilustraba en el post Cambio Climático para Dummies, aunque la energía es la parte más visible del problema, no basta para combatir la urgencia climática a la que nos enfrentamos. La generación global de emisiones depende tanto de la producción, en su doble vertiente de efecto energía y efecto consumo, como de la conservación de los recursos naturales del Planeta.
Nuestras decisiones pueden acelerar esta transición. Actos sobre los que podemos decidir hoy como el limitar la calefacción a 17º en lugar de 19º o hacer menos regalos estas Fiestas, primando calidad y durabilidad y si es posible un origen sostenible, puede marcar la diferencia. No sólo reduciremos la demanda de energía sino también consumo y producción innecesarios. Todo lo que podamos hacer será poco.