Como demuestran las proyecciones sobre el cambio climático, confirmadas por el IPCC en la reciente COP28, seguimos una trayectoria insostenible, no ya para lograr contener los objetivos de aumento de temperatura y alcanzar el 1,5ºC, sino incluso para evitar mayores tragedias derivadas de exceder niveles superiores al 2ºC. Todavía podemos cambiar esta trayectoria, pero ello implica implica una reducción sustancial de las emisiones de gases de efecto invernadero, estimada en un -7% cada año, y por tanto esforzarnos en todas las direcciones posibles.
En paralelo, nuestra sociedad sigue inmersa en una dinámica de consumo excesivo e innecesario, que es el principal motor de la producción que genera los gases de efecto invernadero. Este consumismo se concentra en los países más desarrollados, pero se replica según se van desarrollando las distintas economías. Esta sociedad de la abundancia, resultado de haber pasado de cubrir necesidades a crearlas, se ha convertido en un problema al que no nos atrevemos a hacer frente.
Además, este consumismo no nos hace felices. En buena medida, la materialización de nuestra sociedad explica el creciente descontento con la economía de mercado, pese a la mejora general de las condiciones de vida en el Planeta que ha hecho posible.
La lógica de esta sociedad de consumo choca con la descarbonización y la lucha contra el cambio climático. Pese a haber hecho nuestro el objetivo de reducción de emisiones para limitar el aumento de temperatura, seguimos enfocados en otro objetivo contradictorio: el crecimiento económico año tras año, que se resume en el PIB como medida de éxito.
Como observa este artículo de Igluu, “cuando hacemos una comparativa del PIB con el aumento de la energía o los gases de efecto invernadero en la atmósfera descubrimos que la correlación es lineal. Es decir, el crecimiento económico va unido al incremento de la materia, el consumo de energía y la contaminación del planeta”.
De hecho, las emisiones han continuado creciendo año tras año pese a la concienciación sobre el cambio climático. Sólo en los años de recesión no se ha producido este aumento, dada la reducción de la actividad. Como dato para la reflexión, 2020 fue un año de caída de emisiones (-6,4% conforme a la estimación del Global Carbon Project), consecuencia directa del confinamiento global derivado del COVID.
Optimizar el sistema para cumplir el PIB nos está llevando a lo contrario de lo que buscamos. Es preciso cambiar el sistema para salvarlo.
El “degrowth” o decrecimiento como solución
La teoría del “degrowth”, o decrecimiento, plantea, como su nombre indica, que dejemos de “crecer”, para frenar la trayectoria actual y maximizar nuestras posibilidades de vencer en la lucha contra el cambio climático.
Jason Hickel, figura destacada de la formulación del degrowth, que sintetiza en su libro “Less is More”, advierte sobre los efectos de la explotación de recursos finitos para objetivos materiales. Lo ilustra con el ejemplo de la Isla de Pascua. Parece ser que la desaparición de árboles en su ecosistema fue consecuencia de una civilización cuyo status venía marcado por sus famosos “moai” o monolitos. La fiebre por construirlos disparó la demanda de troncos para transportar las piedras, lo que llevó a la deforestación de la isla.
De forma análoga, señala con un simple cálculo que un crecimiento anual del 3% tiene el efecto exponencial de duplicar la economía cada 20 años. Paradójicamente, las “buenas” noticias económicas son malas noticias medioambientales, y solamente mantener el crecimiento actual hace el objetivo de corregir la trayectoria del calentamiento mucho más inalcanzable. Por ello, plantea la necesidad de “trabajar menos para salvar el Planeta”.
En el mismo sentido, el economista Tim Jackson argumenta en su libro “Prosperity without growth” la necesidad de separar prosperidad y crecimiento, y romper con los flujos del sistema económico, que generan un círculo vicioso al crear símbolos de status basados en necesidades materiales, cuya producción requiere agotar los recursos de un planeta finito y la generación de emisiones de CO2.
Jackson sostiene que abandonar el crecimiento es la única alternativa para lograr una prosperidad real y evitar una catástrofe climática. Cuestiona la validez de las proyecciones que abogan por cumplir los objetivos de reducción de temperaturas manteniendo el crecimiento y aumentando la eficiencia, y pide redireccionar radicalmente la inversión hacia un modelo de prosperidad mucho más ligado a la naturaleza y la comunidad: “Una prosperidad desligada del crecimiento nos dará una visión más robusta, creíble y realista de qué significa ser humano”.
Otros autores, como J.B. MacKinnon en su libro “The Day the World Stops Shopping” llegan a la misma conclusión desde la perspectiva del consumidor: No es suficiente con comprar productos más ecológicos, tenemos que comprar menos.
El campo de partidarios del “degrowth” es amplio y variado, incluyendo también propuestas radicales, como las que abogan por imponer controles de natalidad o igualar de forma forzosa el nivel de vida globalmente, reduciéndolo drásticamente en las economías desarrolladas, evocando sistemas sociales y políticos que han probado su incapacidad para el progreso de sociedades libres.
A su vez, el “degrowth” es objeto de críticas, sobre todo en cuanto a su factibilidad y el realismo de llevarlo a cabo. Branko Milanovic habla de “pensamiento mágico”, basado en la imposibilidad material y la dificultad de encontrar una alternativa al modelo actual. The Economist también pone énfasis en sus dificultades políticas y los problemas éticos que plantea el limitar la libertad individual. Además, una visión radical contra el crecimiento impediría el desarrollo de las iniciativas que pueden solucionar el cambio climático a escala mediante nuevas alternativas para el consumidor, como ha logrado Tesla con el automóvil.
Sin embargo, el “degrowth” entendido como una reducción del consumo innecesario es una referencia necesaria y un elemento que debe considerarse en cualquier estrategia para combatir el cambio climático. Especialmente si se adopta desde un punto de vista pragmático y no dogmático, que acepte que probablemente no sea suficiente por sí mismo y que facilite que sea el propio consumidor el que lo impulse mediante un cambio de hábitos, sin excluir los beneficios de la innovación que permitan compatibilizar sostenibilidad y calidad de vida.
Entre el decrecimiento en términos absolutos y el mantenimiento del consumismo actual, hay un componente significativo de consumo innecesario cuya eliminación directamente reduciría el impacto negativo del crecimiento.
El PIB como problema
En este contexto, el crecimiento económico, considerado hasta ahora como el principal indicador de la prosperidad del “sistema”, deja de ser una buena guía. Al menos de la forma que se ha medido como hasta ahora, mediante el PIB de cada Estado y el crecimiento global de la economía.
Eliminar el consumo innecesario puede tener un impacto inmediato para combatir el cambio climático. Ajustar la producción a una menor demanda, y consumir de una forma más responsable, dando un mayor peso a la economía circular y a fabricar menos pero con mayor calidad y durabilidad, es probablemente la acción más rápida que podemos tomar en este sentido. Ello es incompatible con el PIB como indicador de éxito.
Se podría hablar de crecimiento cualificado, en cuanto que, a la par que decrecer la producción y consumo que se pueda evitar, o produzca más efectos negativos que positivos, es necesario impulsar tecnologías y energías alternativas que permitan seguir cubriendo necesidades de forma más sostenible. En paralelo, con acciones para seguir mejorando las condiciones de vida de la población menos favorecida del Planeta. Tim Jackson se refiere a post-growth en términos similares.
Esta idea difiere de los modelos denominados como ”green growth”, basados en mantener el modelo de crecimiento actual con una simple sustitución de energías. No basta con sustituir los automóviles propulsados por combustibles fósiles por vehículos eléctricos. También hay que plantearse si como sociedad necesitamos tantos automóviles, y, pensando en grande, fomentar modelos alternativos que nos permitan cubrir buena parte de las necesidades a las que atienden de forma más sostenible.
Desde planteamientos más radicales, Cory Doctorow expresa esta paradoja de forma más rotunda: “las tácticas de la industria del tabaco se repiten cuando nos venden los coches eléctricos como respuesta al legado destructivo del automóvil personal, excluyendo el transporte público, las bicicletas y las ciudades de 15 minutos”.
Al final, el problema es que mejoramos sobre lo que medimos, y, mientras sigamos mirando al PIB, arrastraremos sus problemas. Necesitamos sustituirlo por un indicador de progreso que sí esté relacionado con nuestro bienestar, que incluya la regeneración del medio ambiente, y que no esté centrado en la cantidad producida sino en la calidad de vida.
Crecimiento de triple impacto
Es necesario, por tanto, sustituir el PIB por un indicador que nos permita medir cómo avanzamos en el camino de un crecimiento sostenible, que no fomente el consumo y producción innecesarios, tenga en cuenta qué recursos se utilizan para cubrir nuestras necesidades, e incorpore el impacto sobre nuestra calidad de vida y el medio natural.
De igual manera que la inversión de impacto ha incorporado el triple impacto (económico, social y medioambiental) como medición alternativa al mero impacto económico, deberíamos sustituir el PIB por un indicador de éxito que incorpore las externalidades positivas y negativas de la actividad humana.
Si acertamos a definir este norte, concentrarnos en alcanzarlo sin duda nos ayudará a revertir la tendencia climática. Y a su vez nos llevará a redefinir las bases para una sociedad con una mejor calidad de vida para todos y, en definitiva, más feliz.
Hace un par de meses completé un curso de Sostenibilidad (University of Cambridge Business and Climate Change: Towards Net Zero Emissions). Tenía un capítulo dedicado al degrowth y fue con mucho el más polémico de todo el curso.
Se describía el concepto del degrowth junto con el decoupling. El degrowth me parece interesante como idea a discutir pero no la veo implantable. Cuando Microsoft se compromete a llegar a neutralidad y luego a compensar sus emisiones historicas, no creo que lo haga pensando en renunciar a crecer.
A nivel individual o a nivel de país deberíamos plantearnos la necesidad de lo que consumimos pero creo poco probable que vayamos a ver objetivos de disminución del GDP.