
El Atacama Fashion Week, al que corresponde esta imagen, pretende, conforme a sus organizadores, recordarnos “lo que la industria de la moda no quiere ver”. Ni nosotros como consumidores, añadiría. Vertederos “invisibles”, como el desierto de Atacama, en el que acaban 40.000 prendas desechadas cada año.
Y es que la industria textil es la tercera industria más contaminante globalmente, generando cerca del 10% de los gases de efecto invernadero, mucho más que el tráfico aéreo. Para lo que consume enormes recursos, como los más de 90 billones de metros cúbicos de agua al año que requiere, suficientes para satisfacer las necesidades de 5 millones de personas. A la vez que genera 92 millones de toneladas de residuos textiles al año y un tercio de los microplásticos en el mar.
La moda amenaza al Planeta y a nuestra propia salud. Quién iba a decirnos que una expresión como “fashion victim” podía acabar siendo tan literal.
Gracias a Raúl González tuve la suerte de asistir a la jornada de moda sostenible de Slow Fashion Next, que, orquestada por Gema Gómez, me permitió empaparme de experiencias e iniciativas para encontrar alternativas a un fenómeno insostenible. Y que no tiene fácil solución. A los participantes en dicha jornada debo parte de la inspiración de este post. Gracias a todos. Y si faltan puntos de vista relevantes, cualquier comentario es bienvenido. En esto, como en muchas otras cosas, soy un esforzado aprendiz que quiere mejorar sus decisiones como consumidor.
La emergencia simultánea del fast fashion y las fibras sintéticas han convertido a la industria textil en un gran generador de emisiones y residuos. Casi irreconocible en comparación a la confección duradera y orgánica que eran sinónimo de calidad hace 50 años.
Así lo muestran los datos del estudio 2023 del Materials Market Report de Textile Exchange: la producción de fibras se ha duplicado en los últimos 20 años, con un peso cada vez mayor de las fibras sintéticas.

Fast & fashionable
Buena parte de la culpa es del fast fashion. Inicialmente planteado como un fenómeno igualador, que permitía a cualquiera “vestirse a la moda” de forma accesible, pasó a convertir la ropa en un objeto de usar y tirar, con su evolución acelerada hacia muchas más colecciones a precios cada vez más bajos.
Del fast fashion hemos pasado al ultra fast fashion. De los 36.000 lanzamientos al año de Zara a los 1.300.000 de Shein, amplificados por su promoción constante en redes sociales creando el FOMO por no perderse la última colección. Y tirar la anterior.
Esta dinámica nos ha llevado a los 100 billones de prendas fabricadas cada año. De las que 1 de cada 5 no llega a utilizarse nunca. Con una puesta media de 7 veces por prenda, que baja hasta 3 puestas entre los productos vendidos en Shein.
Y es que parte del problema de la moda es el propio concepto de moda. Estar en tendencia es lo contrario de la durabilidad. Incluso la convierte en un problema. ¿Para qué fabricar prendas duraderas si nos hemos pasado al usar y tirar? ¿Por qué invertir en fondo de armario pudiendo llevar este mes camisetas con piñas y el que viene animal print? ¿En qué se ha quedado “la democratización de la moda”? ¿Se puede hacer compatible el concepto de moda con una producción y consumo más responsables?
Un problema material
La otra mitad del problema son las fibras y materiales que han hecho posible esta explosión de prendas a bajo precio. Sabiendo que más del 75% de la energía mundial proviene de combustibles fósiles, sorprende descubrir que casi el 70% de lo que vestimos también. Las fibras sintéticas, de procedencia petroquímica, lo superan, con el poliéster como principal tejido, que representa más de la mitad del total.
Y es que el poliéster, si olvidamos su origen, tiene ventajas funcionales. El ingeniero textil Javier Molina reconoce, con cierta resignación, que “es la mejor fibra para la confección” y a su vez “sale mejor parado en el pasaporte digital que la lana, que consume mucha agua”, y “se está posicionando como fibra sostenible, vía poliéster reciclado (reciclabilidad que hay que matizar)”. Otras como la poliamida también pueden presumir de méritos como ser muy duraderas.
Sin embargo, estas fibras sintéticas son plástico, por lo que presentan dos grandes problemas, al no ser biodegradables y desprender microplásticos. Que no sólo afectan al Planeta, también a nuestra salud.
Como nos recuerdan las fotografías de prendas amontonadas en desiertos y costas y de plásticos flotando en el mar, la naturaleza no absorbe estos materiales que no se biodegradan, y su producción creciente no para de agravar el problema.
Y, aunque aún estamos empezando a comprenderlos, los efectos de los microplásticos que desprenden las fibras sintéticas en su ciclo de vida resultan especialmente inquietantes, como lo demuestra que ya están presentes en todos los lugares del Planeta. Y en nuestro propio cuerpo.
Paradójicamente, los microplásticos pueden hacer que la lógica de la durabilidad de las prendas opere a la inversa, dados los efectos negativos de cada puesta, cada lavado, incluso su manipulación final. Una enorme externalidad que el mercado está ignorando. Dudas que también se plantean sobre el reciclaje de estas fibras, dónde el impacto de los microplásticos parece seguir siendo relevante.
Los tejidos orgánicos, de origen natural, como el algodón, la lana, el cáñamo o el lino, no tienen estos efectos negativos, aunque también hay que valorar qué consumo requieren de recursos como el agua y energía o sustancias tóxicas. Que hacen cuestionar el algodón no orgánico, al que se atribuye el 25% del uso global de pesticidas. O abre debates sobre la lana, dado el elevado consumo de agua que se le asocia. Sin olvidar otros factores como el uso de tinturas, que pueden resultar tóxicas.
Y aunque cada vez se habla más de las excelentes propiedades de tejidos como el lino o el cáñamo, su producción es todavía reducida y son escasos y caros, lo que dificulta darles más peso en nuestros armarios. Por no hablar de otros materiales emergentes, muchas veces resultado de estrategias circulares de aprovechamiento, como la piña, el plátano o el bambú, que empiezan a despertar interés con un volumen aún muy reducido. Identificar dichos materiales y llevarlos a escala puede ser crítico para reducir la dependencia actual de las fibras sintéticas.
Cómo elegir la próxima prenda
¿Tenemos un gran problema o una gran oportunidad? ¿Podemos reformular este problema complejo en una explicación sencilla que cualquiera pueda entender y llevar a sus decisiones de compra?
Como concluimos al intentar caracterizar qué hace que consideremos un producto como sostenible, hay tres preguntas que pueden ayudarnos, basadas en el ciclo de vida de dicho producto: su origen, qué vida útil podemos darle y su destino final.
La pregunta clave en cuanto al origen suele asociarse a las fibras o materiales con los que se ha elaborado y los recursos y emisiones que ha podido implicar su fabricación.
Tejidos como el nylon o el poliéster fueron ganando cuotas de mercado basados en sus sorprendentes propiedades y bajo precio, sin que llegásemos a preguntarnos cómo se producían ni su procedencia y efectos. Ahora que lo conocemos no podemos seguir actuando igual.
La alternativa son las fibras orgánicas (y regenerativas) y fibras circulares, paraguas utilizado por entidades como EcoFashion Corp para englobar no sólo tejidos tradicionales sino también aquellos obtenidos circularmente, bien sea desde residuos orgánicos, incluso de base alimentaria, o mediante el reciclaje.
Priorizar entre ellos debe atender a criterios concretos sobre su impacto en emisiones, recursos y residuos. Y nos exige entender cada vez mejor los distintos materiales reciclados, por ejemplo en relación a los microplásticos.
Pero también hay otras preguntas importantes, relativas al su proceso productivo y distribución, considerando la eficiencia de recursos en su fabricación y transporte, favoreciendo evitar el derroche y fomentar la proximidad.
Y sin olvidar todas las opciones que nos ofrece la economía circular para compartir y reutilizar prendas en buen estado como alternativas a comprar una prenda nueva.
La vida útil de cada prenda viene asociada a su durabilidad. La forma más efectiva de reducir la producción y consumo excesivos y la generación de desperdicios que suponen es usar menos prendas más veces. Volver a los valores clásicos de que lo bueno es que las cosas duren. Dados por la calidad del producto y sus materiales en origen, pero también por otros atributos que las marcas pueden proporcionar, como su mantenimiento y reparabilidad, que va por hacerlo fácil y cuidar los detalles.
El dilema lo plantean las fibras sintéticas. ¿Cómo valorar su durabilidad teniendo en cuenta todas las consecuencias negativas que implica? ¿Cómo valorar que haya materiales que persistan tanto que no los puede absorber la naturaleza, una vez que superada su vida útil?
Dilema que se agrava por los microplásticos que desprenden al usarse y lavarse: ¿Nos encontramos ante tejidos que cuanto más duran, más efectos negativos producen? ¿Cabe aplicarles las distintas estrategias de economía circular si extender y reutilizar su vida útil puede amplificar sus efectos negativos?
En cuanto al destino final, sin duda favorece a las fibras orgánicas, al seguir el ciclo biológico que permite que la naturaleza las asimile, evitando acabar en vertederos como el de Atacama o en los océanos, con el daño medioambiental que supone.
¿Y las fibras sintéticas, con su peso mayoritario en el mercado? Al no ser biodegradables, su alternativa es el reciclaje. Pero sólo el 1% de las fibras usadas se recicla en nuevos tejidos, inferior incluso al 10% de tasa media de reciclaje del plástico.
Mientras urge un modelo de reciclaje que dé salida a ese 99% de los residuos sintéticos, sus características plantean dudas. ¿Cuál es el equilibrio entre las compañías e iniciativas que, aplicando innovaciòn y economía circular, están convirtiendo residuos en materia prima y evitando la extracción de recursos, y la escasa reciclabilidad del plástico y la creciente incertidumbre sobre el impacto de los microplásticos?
Jugarse la piel
El estado actual de la moda presenta, por tanto, una gran paradoja: ¿Cómo puede ser que un material, las fibras sintéticas, que supone el grueso de la producción y sigue creciendo, tenga tales efectos sobre el medioambiente y nuestra salud y no hagamos nada?
Por ello no sorprenden las llamadas a su prohibición. ¿Y si se parase la producción de fibras sintéticas? No faltan prendas ya fabricadas en el planeta para cubrir las necesidades actuales ni alternativas para la producción futura.
Pero existen dudas legítimas: ¿Tenemos suficiente información? ¿Podemos renunciar a sus propiedades? ¿Contamos con alternativas de funcionalidad comparable, que puedan resultar accesibles a gran parte de la población?
Un enfoque gradual, más basado en una regulación e impuestos que vayan internalizando el valor de la externalidad, parece más realista. Avances como la ley Anti Fast Fashion en Francia son pasos prometedores en ese sentido.
A su vez, hay que acompañar al consumidor para que vaya tomando decisiones más informadas.
¿Cómo ayudarle en estas decisiones? ¿Qué papel tienen las marcas? ¿Nos podemos fiar de las que se identifican como “biodegradables”? ¿o de las que tienen un producto que lo es, aunque no todos lo sean? Iniciativas como el pasaporte digital van en la dirección correcta, pero necesitamos hacerlo mucho más fácil y accesible.
Porque el mayor problema que tenemos es el desconocimiento. Necesitamos educación que nos permita aplicar el sentido común. Que nos permita entender por qué elegir entre nylon o lino no es indiferente para el Planeta y nuestra salud. Y que es mejor calidad que cantidad, sin dejarnos llevar por el precio, ni comprar prendas a las que no vamos a hacer que duren.
Poder responder fácilmente a estas preguntas tiene consecuencias directas sobre nuestra salud. Estamos en contacto directo permanente con las prendas que vestimos. Y sobre las que dormimos. Nos estamos jugando la piel.
Y así podremos volver a ser fashion victims, solamente en sentido figurado. Con la satisfacción del que sabe y ha decidido.

Recuerdo ir al colegio con rodilleras y coderas, reparando una y otra vez pantalones y camisetas rotas de jugar al fútbol. Hoy la inercia es tirar y comprar. Reemplazar en lugar de reparar. Como dices, un desafío muy complejo. Enhorabuena por el gran trabajo de síntesis.
Muchas gracias por dar luz a un problema que, al menos en mi caso, estaba tapado por el brillo de la moda y lo "fashion".