Como probablemente sepas ya por Wallapop, MilAnuncios o cualquier otra plataforma de segunda mano, tu casa puede ser una mina si tienes cosas que no usas y le puedan interesar a alguien. Hay folletos que hasta les ponen precio.
Michael Braungart y William McDonough van un paso más allá: Tu casa puede ser una mina no ya en sentido metafórico, sino en sentido real. Un lugar del que extraer materias primas y recursos con valor.
Aunque el mayor valor de los objetos que nos rodean viene de extender su uso, directamente o facilitando que otros los reutilicen, como nos sugieren las plataformas de segunda mano, ¿qué ocurre cuando pierden su utilidad?
Cradle to cradle
McDonough, arquitecto de formación, explica que dichos objetos pueden convertirse en los componentes y materiales de los próximos productos que necesitemos. En ello se basa Cradle to Cradle (“De la cuna a la cuna”), una filosofía basada en convertir los residuos en materias primas imitando los ciclos de la naturaleza. Y por supuesto no es sólo aplicable a nuestras casas. También a oficinas, fábricas… A cualquier lugar donde se generen residuos. McDonough habla de “minar las ciudades”.
El modelo productivo lineal basado en extraer-fabricar-tirar depende de una industria extractiva que constantemente le alimente con materias primas. Un modelo insostenible para el Planeta a nivel de recursos, residuos y producción innecesaria.
Este ciclo perverso tampoco lo solucionan avances como la transición energética y los modelos de “green growth” construidos sobre la misma. De hecho, el equipamiento necesario para energías renovables y baterías eléctricas está llevando a aumentar la extracción de minerales como cobre, litio y cobalto.
La paradoja del modelo lineal de producción es que no paramos de extraer recursos, pero tampoco paramos de generar residuos. ¿Podemos solucionar ambos problemas a la vez?
Esta es la visión de McDonough: El residuo de un proceso es el alimento del siguiente.
La inspiración de esta aplicación de la economía circular viene de la Naturaleza. Los ecosistemas naturales son la tecnología más avanzada de aprovechamiento que existe. De igual forma que cuando muere un animal sirve de abono para el bosque, o que las heces de ballena alimentan al fitoplancton marino, ¿podríamos replicar nuestros procesos de producción para que generen cero desperdicio y todo lo que vaya perdiendo valor se integre en un nuevo proceso productivo?
La economía circular distingue entre ciclo biológico y ciclo técnico. Mientras el primero es realizado por la naturaleza, y nuestro cometido es facilitárselo; el segundo está íntegramente en nuestras manos, con la ayuda de la tecnología. Lo importante es no mezclarlos. La naturaleza no puede absorber mucho de lo que fabricamos. Y tampoco todo lo fabricado puede mezclarse entre sí. Citando de nuevo a McDonough, “una toxina es un material en el lugar incorrecto”.
Esos materiales se encuentran, por tanto, más cerca de nosotros de lo que pensamos. La ciudad está llena de ellos, más cerca que las minas a las que vamos a buscarlos. Cada casa, cada edificio puede ser un depósito de materiales listos para su uso industrial en el momento en el que el objeto que los contiene no pueda seguir cumpliendo su función.
¿Lo estamos aprovechando? ¿Estamos minando las ciudades? ¿Extrayendo todo el cobre, litio y cobalto en los dispositivos electrónicos que ya no funcionan? ¿Dando salida a todo lo que queda “abandonado” sin uso ninguno?
Sin duda se trata de una idea poderosa. Inspiración para la formulación de proyectos de economía circular en todo tipo de ciudades. Tanto que “ciudades del futuro” como Masdar o Neom se basan en estos conceptos, curiosamente ubicadas en la Península Arábiga, el lugar con mayor concentración de energías fósiles del planeta.
¿Qué es necesario, entonces, para convertir estas “minas urbanas” en un porcentaje mucho más alto de los yacimientos de recursos a nivel mundial?
Necesitamos contar con la lógica económica para llevarlo a escala: Que separar estos componentes sea menos laborioso que extraerlos de las minas.
Como veíamos en el caso de la segunda mano, centrada en los objetos que todavía se pueden seguir utilizando conforme a su función, desarrollar estos nuevos hábitos tiene sus retos. Bajar a un nivel inferior implica facilitar la separación y recogida manteniendo el mayor valor posible de cada componente y material.
Una cuestión de diseño
La solución es empezar por el principio. Diseñar los objetos de forma que sus componentes sean fácilmente separables y sacarles el máximo partido en cada paso de la cadena de valor. Que una vez que agotemos su vida útil, podamos seguir utilizando piezas y componentes, y cuando ello no sea posible, aprovecharlos como materia prima. Siguiendo una prioridad de mayor a menor valor, facilitada por un diseño basado en todas las posibles vidas que pueda darse a cada objeto, sus componentes y materiales.
Así lo que viene de la naturaleza podrá volver a la naturaleza, y los componentes técnicos podrán seguir cada uno su ciclo. Que cada uno termine en el lugar correcto.
Para facilitarlo, hay que aplicar también el diseño a las ciudades, de forma que incorporen los procesos e infraestructura necesarios para que, en lugar de generar residuos, provea recursos valiosos. Pensar en la ciudad como un ecosistema vivo, con la ayuda de la tecnología y la inteligencia artificial. “Smart cities” de las buenas.
Esta doble aplicación del diseño en productos y ciudades facilita la creación de incentivos para que los ciudadanos contribuyan e incluso rentabilicen su comportamiento circular. Pensemos en el aceite de cocina usado: ayer era un residuo, hoy también es un combustible. Tiene valor como recurso, y con precio al alza. ¿Es el camino a seguir?
Tal vez no estemos tan lejos convertir nuestras casas y ciudades en auténticas minas. En sentido metafórico y real.
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