Dicen que los españoles somos buenos reciclando. Cuatro de cada cinco hogares separan sus residuos. No sólo eso. Cuando decimos que reciclamos, lo hacemos con orgullo. Lo que sin duda es positivo, siempre que no caigamos en el peligro de considerar que ya hemos cumplido nuestro cupo de ocuparnos del Planeta.
Pero lo que llamamos reciclar es en realidad separar. Nosotros no reciclamos nada. Separamos nuestra basura con la confianza de que sea reciclada. Lo que al final se recicla es muy variable, y desde luego está lejos del 100%, sobre todo en categorías como el plástico. En España es menos de la mitad del total de los residuos que generamos.
Sobrevalorar el valor del reciclaje como solución a la generación de residuos puede llevar a un espejismo peligroso. Incluso el propio signo de reciclaje puede dar lugar a equívocos. Hay envases que lo llevan para indicar que son de material reciclable, lo que no garantiza que al final sea reciclado. Aunque el consumidor lo suele entender así (el 68% en el caso de USA).
El reciclaje es la estrategia de menor valor de la economía circular. Buena y necesaria si no hay otra opción. Pero debería ser el último recurso, reservado al caso en el que aquello que se separa no fuera aprovechable en los escalones previos, de mayor valor: reducir, compartir, mantener, reparar, reutilizar y reacondicionar.
Por reciclaje se entiende el transformar un producto o componente en sus materiales o sustancias básicas y procesarlos para generar nuevos materiales.
Supone convertir los objetos en residuos, y por tanto eliminar su mayor valor, que es el que le viene dado por el diseño. Conforme a Backmarket, comprar un móvil reacondicionado en lugar de un producto nuevo supone un ahorro del 92% en emisiones de gases invernaderos. Prolongar la vida de cada producto, y la de sus piezas, evita producción innecesaria y es por tanto una estrategia muy superior al reciclaje.
¿Qué pasa entonces con lo que “enviamos a reciclar”? Nuestra separación normalmente irá seguida por nuevos ciclos de separación para extraer los residuos de mayor valor y poder utilizarlos como materiales en nuevos procesos. Poder hacer realidad la visión de “minar las ciudades” de Michael Braungart y William McDonough, por la que vuelven a entrar en el proceso productivo.
De hecho, se estima que podríamos obtener buena parte de los minerales que necesitamos para las tecnologías limpias (como el cobre, zinc, níquel y cobalto) entre la “chatarra electrónica”, pero a fecha de hoy sólo el cobre y el aluminio tienen un porcentaje de reciclaje superior al 50%.
Y es que la reciclabilidad es muy dispar según el tipo de material del que hablemos. Hay factores determinantes, como si permite su reciclaje sucesivo e infinito, o si el coste del material reciclado es inferior al del nuevo. Así ocurre en los casos del aluminio y el vidrio. Incluso dentro de una misma categoría puede haber mucha diferencia, como ocurre en el mundo del papel, donde los cartones corrugados elevan su tasa de reciclaje hasta el 91%.
En cualquier caso, las diferencias son importantes entre materiales con un alto grado de reciclaje efectivo, como el aluminio con un 75% o el papel con un 68%, frente a los que menor aprovechamiento tienen, como la “chatarra electrónica” con tan sólo un 15%, o el plástico, dónde se manejan datos nunca superiores al 14%
El reciclaje no es una solución mágica, por tanto. Sin embargo, su popularidad dada por la comodidad para el consumidor, que sólo tiene que separar y tirar, puede llevarnos a una ilusión contraproducente.
El caso más claro es el de los plásticos, donde hay un gran contraste entre la realidad y el mensaje que nos llega a los ciudadanos. Para lo mucho que se habla de plástico reciclado, sólo el 10% se recicla a nivel mundial. El resto acaba incinerado, en vertederos, en el medio ambiente o incluso en nuestro organismo.
Y es que el mundo del reciclaje se basa en el valor que se pueda sacar a cada material convirtiéndolo de residuo en recurso. Aquellos capaces de conservar su pureza y ser reciclados numerosas veces pueden sentar las bases para hacer que minar las ciudades acabe convirtiéndose en un buen negocio.
Extraer valor de otros materiales, como el plástico, es muy complicado, dada su degradación y heterogeneidad, que incluye más de 13.000 aditivos. Y aunque haya variedades dónde los números empiezan a salir, que por ejemplo explica que en el caso de las botellas la tasa de reciclaje suba al 27%, son la excepción (“por el PET nos pagan, pero por el film pagamos”, en palabras de Ecoembes).
El reciclaje, por tanto, tiene un papel importante en la economía circular, y es clave para reducir residuos y poderlos convertir en recursos. Pero es importante no olvidar dónde entra en juego ese papel y entender que su efectividad es muy dispar según de qué material se trate.
Como ciudadanos, lo mejor es reducir el consumo innecesario, y lo siguiente estirar al máximo la vida útil de cada objeto. Cuando no sea posible, mantengamos los buenos hábitos de separar para darle entrada al reciclaje.
Como sociedad y economía, hay que seguir apostando por el desarrollo de tecnologías que nos permitan aprovechar al máximo aquello cuyo valor ya queda reducido al de sus materiales. Es lo que puede hacer que el reciclaje se convierta cada vez más en un negocio, y dar lugar a un círculo virtuoso que lleve a que nada se tire.
Y como en la economía circular todo empieza por el diseño de los productos, tengamos este destino final en cuenta a la hora de hacerlos fácilmente separables y aprovechables, y de primar aquellos materiales con mayor reciclabilidad. Algo que tendríamos que hacer también como consumidores, eligiendo productos realmente sostenibles, ahora que sabemos cosas como que el aluminio se recicla mucho mejor que el plástico.
Y es que el gran éxito del reciclaje será cuando alcance el 100% aunque el volumen que le llegue sea mucho menor. Y ya no nos rodeen residuos, sino recursos.
Mejor una “Never Ending Story” que una invasión plástica de “Barbie Girls”. Elijamos bien los hits.