En la película de animación “Robots”, su protagonista Rodney lidera un movimiento para reparar robots y salvarlos de ser desechados, frente a la amenaza que introduce el nuevo gestor de Bigweld Industries de eliminar los repuestos para forzar la actualización a nuevos modelos.
Estos robots de ficción se defienden contra la obsolescencia programada, uno de los grandes escándalos de nuestro sistema productivo al que no prestamos toda la atención que merece.
Más allá de la ficción, la obsolescencia programada es una pieza fundamental para mantener el modelo de crecimiento basado en el consumismo que materializa nuestra sociedad y amenaza el equilibrio del Planeta.
Cómo perdimos el derecho a reparar
La bombilla de la estación de bomberos #6 de Livermore, California, lleva funcionando desde 1901 sin necesidad de recambios. Longevidad que contrasta con la de las bombillas actuales, consecuencia de la decisión de su cartel industrial de discontinuar el filamento de alta duración y limitar la vida de las bombillas a 1000 horas.
El reportaje de TVE “Comprar, tirar, comprar. La historia secreta de la obsolescencia programada” recoge esta y otras historias, como la de las medias de nylon, que originalmente no se rompían. Ilustra cómo los consumidores perdimos el derecho a reparar para mantener el ciclo constante de compras necesario para alimentar un sistema económico sobre la base de que el PIB genera felicidad.
Un buen resumen es lo difícil que resulta encontrar quién puede reparar una impresora. El sistema se basa en cambiarla por una nueva. Algo incluso ya predeterminado en el diseño y funcionamiento del producto.
Nos enfrentamos a las consecuencias de un proceso de degeneración histórica, que prioriza fabricar sobre mantener. Un sistema basado en producir el mayor número de unidades al coste más bajo, y en el que sale más barato reemplazar que mantener. Un sistema con menos mantenimiento y reparaciones y más residuos y extracción de recursos. Que crea menos trabajo local y más daño al entorno natural. Una tragedia social y medioambiental.
Este problema no ha parado de acentuarse con la innovación tecnológica. Hay dispositivos electrónicos en los que el 80% de su huella medioambiental viene de su fabricación. Nuevos dispositivos generan ciclos de producto más frecuentes y al final más chatarra electrónica, de la que cada habitante del Planeta genera como media más de 7 kilos al año.
Recuperar el derecho a reparar
El movimiento por el derecho a reparar surge como reacción a este problema. A nivel europeo, la coalición Right to Repair agrupa organizaciones que luchan por “un cambio de sistema en la reparación”, reclamando un derecho universal que limite los excesos de los fabricantes, que van desde la falta de piezas de recambio asequibles a barreras legales que lo impiden.
El derecho a reparar sólo reivindica el poder extender la vida de nuestros productos. Es una idea simple y poderosa.
Right to Repair destaca algunos puntos:
Necesitamos un derecho universal a reparar
Los productos deberían durar más
Y ser reparables por diseño
Reparar no debería ser más caro que comprar nuevo
Las piezas de recambio y los manuales de reclamaciones deberían ser accesibles para cualquiera
Durante toda la vida útil de un producto
Y en el punto de venta deberían mostrarse calificaciones informando si los productos son reparables
Con la posibilidad de elegir los productos que duren más
Entre sus miembros está iFixit, guía de reparación gratuita con más de 50.000 manuales, que cada mes ayuda a 10 millones de visitantes a arreglar sus aparatos. Operando como una comunidad similar a Wikipedia, contiene “guías de reparación para todo, escritas por todos”, facilita el acceso a recursos para reparar, e impulsa cambios en línea con su manifiesto por la “revolución de la reparación”: Si no lo puedes reparar, no te pertenece,
The Restart Project, fundada en Reino Unido por Ugo Vallauri, emprendedor social de Ashoka, organiza “restart parties” en los que sus asistentes se enseñan entre sí a arreglar productos que no funcionan o van lentos. En ellas ya se han reparado más de 60.000 dispositivos. Su objetivo: acabar con la “throwaway economy” y que quién está satisfecho con su dispositivo electrónico no se vea obligado a renovarlo. Para evitarlo, reclama prestar atención al ecodiseño de los productos y limitar el número de upgrades y versiones por los fabricantes.
Laetitia Vasseur, también emprendedora social de Ashoka y fundadora de HOP (Halte à l'Obsolescence Programmée, ó STOP a la Obsolescencia Programada), movimiento francés de 70,000 consumidores y 30 compañías, contribuyó a que, desde 2015, Francia sea el primer país en considerar delito la obsolescencia programada. De hecho, extiende el concepto a lo que denomina “obsolescencia prematura”, con 3 tipos: técnica, por software, y cultural o psicológica. Así lo explica:
La obsolescencia técnica se da cuando una pieza está diseñada para romperse fácilmente o cuando incluye un dispositivo para detener su funcionamiento tras un período específico de tiempo.
La obsolescencia por software se da cuando el hardware puede seguir funcionando perfectamente pero el software asociado lo hace obsoleto. Por ejemplo, al actualizar un sistema operativo que para o ralentiza tu dispositivo.
La obsolescencia cultural o psicológica es una estrategia de marketing para hacer que la gente piense que debería cambiar sus dispositivos, aunque todavía funcionen perfectamente.
Gracias a estos “héroes” y su presión sobre legisladores y fabricantes, el derecho a reparar se ha incorporado en la regulación europea y en otras jurisdicciones como California, y consiguiendo marcas que voluntariamente se adhieren a sus protocolos.
La Unión Europea acaba de reforzar el derecho a reparar en la reciente Directiva de Abril de 2024, que debe transponerse en España en no más de 24 meses. Extiende la normativa de Marzo de 2021 que ampliaba el plazo de garantía de los bienes y servicios de 2 a 3 años y obligaba a disponer de piezas de repuesto durante 10 años, reforzando que los productos puedan ser reparados más allá de su garantía y facilitando el acceso e incentivos para el uso de un mayor número de opciones en cuanto a información, piezas de recambio y reparadores. Son avances progresivos, pero aún queda mucho terreno por recuperar (como resumen las valoraciones de Repair.eu y OCU).
Reparar como primera opción
Este apoyo normativo al derecho a reparar es una excelente noticia y un paso fundamental para luchar contra la obsolescencia programada. Pero puede no ser suficiente para lograr un cambio cualitativo en las prácticas de los fabricantes y el comportamiento de los consumidores.
Para que el derecho a reparar se imponga a la obsolescencia programada, es necesario que reparar sea más fácil y más barato que comprar nuevo.
El triunfo de la reparación sobre la obsolescencia necesita más que seamos capaces de reparar nuestros propios productos. Vendrá de su popularización masiva. Y la mayoría de la gente necesita soluciones más fáciles y accesibles.
Necesitamos un ecosistema de reparadores, piezas, herramientas e información que sean un negocio atractivo. De igual manera que el modelo actual de obsolescencia programada funciona al contar con una maquinaria bien engrasada de producir barato y entregar rápido, hay que hacer realidad el modelo alternativo.
Aunque quisieran hacer lo contrario, muchos fabricantes siguen presos de su modelo de negocio, basado en la venta de productos y no en su mantenimiento o reparación, que les incentiva a forzar su obsolescencia, en lugar de ayudar a su propietario a extender su vida útil. Modelo de usar y tirar al que, por otra parte, la mayoría de consumidores está acostumbrado, habituados a comprar lo nuevo en lugar de pensar en reparar.
Es necesario un cambio del modelo y sus incentivos, del que la regulación guiada por los principios del derecho a reparar es el primer cimiento. Construyamos un mundo en el que hacer productos pensados para durar sea recompensado por los clientes.
Todos podemos unirnos al derribo de la obsolescencia programada. Los productores pueden redefinir su posicionamiento y poner las cosas fáciles al consumidor desde el diseño hasta el mantenimiento y reparaciones. Los consumidores, mostrando su preferencia por este modelo. Y los reguladores, mediante incentivos.
También son necesarias nuevas piezas para hacerlo realidad, facilitando el seguimiento, mantenimiento y reparación de los productos. Que la revolución del derecho a reparar genere un ecosistema de reparadores que lo conviertan en un servicio y un negocio atractivo.
Paradójicamente, no basta con reparar el modelo actual, hay que cambiar la premisa de base, desmontarlo y acabar con la obsolescencia programada para que reparar se convierta en la primera opción. Llenemos nuestra vida de productos sostenibles y duraderos. Viva la revolución de la reparación.
Interesantísimo como siempre Chema, sólo incorporar a la conversación los cada vez más complejos softwares y nuestra demanda de instantaneidad, que hacen necesario mayor velocidad de procesamiento, semiconductores más modernos ó procesadores dedicados, y aquí como no hablar de la primera empresa por valoración bursatil.