De pequeño siempre me sorprendía que el agua fuese gratis. Que algo tan imprescindible, que además era mi bebida favorita, no costase. Tenía algo de misterio.
Con el tiempo, aprendí que gratis no era, o, si lo fue, dejó de serlo hace tiempo. Pero el agua del grifo seguía saliendo muy a cuenta, sobre todo en los sitios dónde está tan rica como en Madrid. Otra cosa es el agua embotellada - dicen que su precio se multiplica por 1000. Si la sigues pidiendo en los restaurantes, es para tenerlo en cuenta - por si no te bastaba con el efecto medioambiental de transportarla, embotellarla y qué hacer con tanto envase.
Y es que el agua es el ejemplo perfecto de un producto cuyo valor excede su precio. Sobre todo allí donde es abundante. Pero también aprendí que no es así en todas partes. Es más, cada día se habla más del agua asociada a escasez.
Si miramos a la Tierra desde el espacio parece que lo que más hay es agua - de ahí que los fanáticos del mar quieran renombrarlo como “Planeta Agua”. Aunque ese efecto es algo engañoso. El agua es una capa relativamente fina sobre la corteza terrestre. El agua cubre el 70% de la Tierra con sólo el 0,1% del volumen. Es la gota grande en la imagen abajo.
Pero el 97,5% del agua es salada. El agua que utilizamos, el agua dulce, sólo supone el 2,5% del total - la gota pequeña en la imagen. A nivel global, sólo el 10% del agua dulce tiene un uso doméstico. El 20% tiene usos industriales y el 70% agrícolas. Y no siempre hay suficiente.

El agua está mal distribuida. Y escasea cada vez más. Los efectos del cambio climático, con inundaciones y sequías cada vez más severas, tienen buena parte de la culpa. La ONU estima que cerca de la mitad de la población mundial tiene que hacer frente a situaciones de “escasez severa de agua” a lo largo del año.
El precio también tiene su responsabilidad. El que sea gratis o casi gratis no incentiva su uso racional.
Y es que el agua es un asunto muy sensible.
El Antiguo Egipto, la civilización próspera más antigua que conocemos en detalle, era un imperio alrededor de un río. Los dioses “aseguraban” la crecida anual del Nilo que traía prosperidad y justificaba su culto y la obediencia al faraón como su representante. Un buen año del Nilo era un buen año para todos. En buena medida, sigue siendo así: Alrededor del 95% de los más de 100 millones de habitantes de Egipto viven en las orillas o en el Delta del Nilo.
Y es que el agua trae prosperidad. Y su escasez problemas.
China resume bien estos problemas. Que son crecientes, agravados por el endurecimiento de las inundaciones y sequías, y en su caso también por el deshielo progresivo de los glaciares del Himalaya. Con un 6% del agua dulce mundial para un 20% de la población, un 40% de la cual vive en provincias por debajo del umbral de escasez de agua de la ONU, el agua es una prioridad de Estado. Tanto que el gobierno chino ha impulsado todo tipo de proyectos para aumentar su oferta, desde presas y canalizaciones hasta desaladoras, pasando por “intervenciones en las nubes” para generar lluvias y “tapas reflectantes” para preservar los glaciares.
Sin embargo, ese sentido de prioridad de Estado ha llevado a mantener los precios artificialmente bajos para asegurar la paz social. Inferiores a los de países sin esos problemas de escasez, como USA. Incluso gratis para muchos agricultores. Tan bajos que no sólo financian explotaciones agrícolas artificialmente subvencionadas. Son aprovechados para la instalación de negocios tan intensivos en consumo de agua como data centers. O incluso estaciones de esquí con nieve artificial en regiones particularmente secas.
Además, el agua es fuente de conflictos. China ha aprobado construir la mayor presa del mundo sobre el agua que llega del Himalaya, lo que reducirá de forma importante el cauce que llegue a India y Bangladesh, que también tienen problemas de escasez.
Hemos pasado de la ilusión de abundancia a la realidad de la escasez de agua. El agua dulce es uno de los 9 límites planetarios que monitoriza el Stockholm Resilience Center, conforme al cual hemos excedido el nivel seguro de alteración de los ciclos del agua, tanto azul (ríos y lagos) como verde (humedad del suelo).
Pero el agua siendo siendo barata. ¿Por qué no ponerle un precio que regule su consumo? Más cuando se ha probado la efectividad del precio para impulsar un uso racional. Cuando se introdujeron nuevas tarifas a los granjeros de Pajaro Valley en California, su uso se moderó y se aumentó la conservación. “El agua no debería ser gratis”, reconocen. Mientras, en China la demanda no puede apreciar la escasez y actuar en consecuencia.
Como fuente de riqueza y prosperidad, el agua es también un arma política. Y subir precios no es popular. Tanto que con frecuencia el agua está subsidiada. Hay miedo a usar el precio del agua, incluso de forma segmentada, para gestionar mejor un recurso escaso.
Para muchos sólo queda una opción. Hay que aumentar la oferta. Hace falta más agua.
Esta lucha contra la escasez de agua es un reto creciente, que se seguirá agravando mientras no consigamos combatir el cambio climático. Hay dos estrategias para aumentar el volumen de agua utilizable: gestionar y preservar al máximo el agua disponible y “crear más agua dulce”.
El ahorro y gestión del agua disponible implica infraestructuras adecuadas y sin pérdidas, potenciando la medición y mantenimiento del uso del agua. Prácticas como la agricultura de precisión y la agricultura regenerativa también permiten reducir el consumo y aumentar la humedad del suelo.
La recirculación y reciclaje de agua usada para otros fines, siguiendo los principios de la economía circular, es también una exigencia creciente y cada vez más adoptada en todo el mundo. El tratamiento de aguas residuales es ya una gran industria. Hay que prevenir y tratar la contaminación del agua.
Un paso más es “crear más agua dulce”. Si bien existen soluciones emergentes que plantean extraer agua de la atmósfera o de las nubes, el enfoque más consolidado, y a la vez prometedor, es la desalinización, que no sólo atiende a la creciente escasez sino que permite llevar agua a dònde nunca se tuvo.
Sin embargo, las plantas desalinizadoras y las de tratamiento de aguas han planteado tradicionalmente un problema: su elevado consumo de energía, con el efecto negativo que implica tanto en coste como emisiones. Este impacto medioambiental puede verse en áreas como Oriente Medio, en la que se están construyendo el mayor número de plantas desaladoras, muy dependientes de energías fósiles como el carbón.
Pero este problema puede ser pronto parte del pasado gracias a la revolución renovable, que no sólo resuelve el problema de emisiones, sino que puede hacerlas mucho más atractivas económicamente. Más agua a menor precio.
Las tecnologías de desalinización han iniciado un círculo virtuoso. Como explica en detalle
, la desalinización es cada día más barata. En un orden de magnitud de $0.40 por tonelada en plantas de nueva construcción, puede reducirse hasta $0.30 en la próxima década. Al ser más de un tercio de sus costes la energía que consume, estos seguirán bajando gracias a la revolución renovable. Inferior al precio del agua en muchas ciudades, puede resultar también competitivo para muchas explotaciones industriales y agrarias.Y como el agua es progreso, disponer de más agua dulce no sólo podría resolver los problemas de escasez sino crear nuevas oportunidades, como ganar terreno a los desiertos o incluso crear nuevas ciudades en lugares dónde hoy no son viables.
¿Llevará la revolución renovable a la revolución del agua?¿Podemos volver de la escasez a la abundancia de nuevo? Parece que ya contamos con las tecnologías para lograrlo a escala. No sólo eso. Startups como Solar Dew, que facilitan la instalación de plantas desalinizadoras comunitarias alimentadas por energía solar, o dispositivos desalinizadores portátiles como QuenchSea, demuestran que cada vez será más fácil producir el agua que necesitemos.
Aunque no debemos relajarnos. De la misma manera que contamos las emisiones de CO2 para reducirlas, hay que darle al agua el valor que tiene. La rentabilidad del S&P Global Water Index ya apunta a que hay quien lo está aprovechando. Hay que entender todo el proceso y crear un mercado del agua más eficiente y suficiente para todos. Adelantarnos a otro desequilibrio del Planeta antes de que se convierta en una crisis más grave.
Hacerlo realidad es necesario y es una gran oportunidad. Un futuro con mucha agua bien repartida es un futuro próspero - aunque no sea gratis.
Muy interesante, Chema. Comparto tus opiniones. Por ejemplo, sobre la necesidad de adecuar las redes de distribución de agua para evitar pérdidas innecesarias, legado de un tiempo en que el agua era más abundante. Todavía me acuerdo de cuando era pequeño y tuvimos la gran sequía en Bilbao, con restricciones de agua de más de 12h al día. Se vio que las pérdidas en la red de distribución eran de más del 50% del agua (podría ser incluso un 90%, no me acuerdo del número exacto). Haciendo de la necesidad virtud en aquel momento se acometieron inversiones para mejorar la calidad de la red. Pero creo recordar que en Cataluña el año pasado se repetían datos similares... No hemos aprendido!
Por tener un poco de provocación, una cosa a la que a veces le doy vueltas en la cabeza es a la circularidad del ciclo del agua, que aprenden mis hijos en el cole. Hay argumentos como el uso de agua poco abundante por ejemplo para nieve artificial en estaciones de esquí o incluso para campos de golf. Pero lo que no termino de entender es por qué puede ser eso tan malo, si la nieve artificial sólo implica cambiar la forma física del agua y almacenarla durante el invierno para que luego se acabe devolviendo a los ríos, como en los depósitos naturales de nieve. No lo termino de entender, seguro que algo se me escapa.
Es indudable que el agua tiene un gran valor que no se puede obviar, pero además de trabajar en tener más agua disponible, es importante trabajar en la eficiencia del agua empleado en cada uno de los tres ámbitos que comentas.
Uno de los grandes problemas de la agricultura con el agua es la mala costumbre que tenemos de cultivar plantas que requieren de agua en sitios donde no hay mucho acceso a ella, en vez de potenciar lo que es más pertinente para cada región. Esto ya se vio en la antigua Unión Soviética, cuando la obsesión por el algodón en el secarral de Asia Central llevó a casi desaparecer el mar de Aral (que ahora está en levantando cabeza).
Con esto no quiero decir que únicamente haya que trabajar en eficiencia, pero creo que es importante hacerlo por igual en eficiencia y en disponibilidad.