Cada día se habla más de economía regenerativa como superación de la sostenibilidad. No es suficiente con moderar el sistema y hacerlo “sostenible”, que haga menos daño, hay que evolucionar hacia un sistema que sea “regenerador”, que haga más bien. En términos deportivos, es la diferencia entre salir a empatar y salir a ganar el partido.
La economía regenerativa es llevar la economía circular a sus últimas consecuencias: Imitar a la naturaleza no sólo implica sacar el máximo partido a cada recurso o producto en su máximo valor, reduciendo el consumo innecesario y la generación de residuos. También supone replicar las condiciones en las que la misma prospera.
Liga el diccionario de la RAE el significado de “regeneración” a la biología, como la “reconstrucción que hace un organismo vivo por sí mismo de sus partes perdidas o dañadas”. De forma similar, hace más de un siglo vimos cómo el movimiento del “regeneracionismo” trataba de hacer frente a la decadencia en la que había entrado España.
Todo ello se junta al referirnos a la economía regenerativa. Por una parte, supone darle la vuelta a la inercia que ha llevado al Planeta Tierra cerca de sus límites. Por otra, es mucho más que eso. No sólo se trata de solucionar, sino de poner en marcha un modelo de crecimiento que nos permita prosperar alineados al Planeta y a los humanos que lo habitamos.
Un plan de negocio para el Planeta
La economía regenerativa es una pieza clave en el excel que tenemos que preparar para el plan de negocio a largo plazo del Planeta, ya que completa las filas que nos permitirán seguir generando los recursos que necesitamos de forma renovable.
En un entorno de pérdidas operativas, en el que cada año consumimos más de lo que el Planeta genera, dicho plan no es una opción, es una necesidad. Por eso hay que plantear el futuro en términos de crecimiento sostenible, no simplemente de conformarnos con el “net zero”. En palabras de William McDonough, “no basta con librarse de lo malo, tenemos que asegurar más de lo bueno”.
Parece una idea atractiva y difícil de rebatir, pero ¿en qué consiste la economía regenerativa y qué podemos hacer para impulsarla?
De forma muy resumida, la economía regenerativa se basa en transformar la economía para generar capital natural, en lugar de degradarlo, como hace la economía lineal. Este capital natural significa un medioambiente con mayor biodiversidad, suelos más fértiles y calidad del aire y el agua. Que a su vez tienen un efecto positivo sobre cómo la naturaleza asegura un planeta más productivo y limpio de emisiones.
Siendo la alimentación tan dependiente de la naturaleza, no es de extrañar que la agricultura regenerativa sea el mayor exponente de su aplicación.
La “fábrica de la naturaleza”
El sistema actual de producción de alimentos fue un gran avance en su día, ya que permitió aumentar rápidamente el volumen para satisfacer las necesidades de alimentación de una población creciente. Basado en el monocultivo intensivo con uso de maquinaria y química, consiguió generar la abundancia que hoy conocemos y reducir de forma muy significativa el hambre en el mundo.
Este sistema es hermano de la Revolución Industrial y nos ha llevado a elevados niveles de productividad gestionando la naturaleza como si fuese una fábrica. Un sistema en el que 12 especies de plantas y 5 de animales suponen el 75% del consumo total. Posibilitado por fertilizantes sintéticos, pesticidas, energías fósiles, antibióticos y un uso elevado de agua y otros recursos finitos.
Pero la naturaleza no es una fábrica, es un sistema interconectado y lleno de externalidades positivas. Ignorarlo ha traído consecuencias.
Así, este sistema es una de las principales causas del cambio climático, generando un tercio de las emisiones de CO2. También ha provocado un empobrecimiento de los suelos y la biodiversidad. Se calcula que cada año queda inutilizado suelo agrario por una extensión equivalente a Inglaterra, lo que requiere buscar nuevos territorios en los que cultivar.
Afortunadamente, cada vez conocemos mejor la naturaleza y podemos entender qué es lo que le hace bien. Aplicando la ciencia, podemos sacar las claves para impulsar su regeneración.
Suelo, carbono, agricultura regenerativa
Como puede verse en este vídeo de Hope que compara agricultura convencional y regenerativa, la diferencia entre el color y textura del suelo habla por sí sola, pero los resultados también. Vale la pena dedicarle los 5 minutos que dura.
Muestra una explotación de Verdcamp Fruits en Tarragona, en la que, mediante el uso de técnicas agrarias diferentes del tractor y la introducción de biodiversidad en lugar de herbicidas, pesticidas y fertilizantes, consigue una mejora de la materia orgánica del suelo. Resultado: un aumento de la producción de alimentos con menores costes.
Otras técnicas de la agricultura regenerativa, como el uso combinado con la ganadería, pueden seguir sumando. Más calidad y cantidad a menores costes con efectos positivos sobre el medioambiente.
Lo sorprendente es que la base de la agricultura regenerativa es la salud del suelo. Un suelo sano y fértil retiene el agua y los nutrientes, soporta la biodiversidad y produce comida más nutritiva.
El suelo se beneficia de tener más carbono, que se pierde con la agricultura intensiva. En cuanto más carbono hay en el suelo, más resistente se vuelve a la erosión, la sequía y las inundaciones. Y a su vez más CO2 absorbe.
La naturaleza es toda ella un depósito de carbono, la forma más sencilla de absorberlo, siendo el suelo su depósito más importante tras los océanos. Incluso se estima que un tercio del exceso de CO2 hoy en la atmósfera procede de la explotación del suelo.
Y es que el carbono es fundamental para la vida. El carbono no es nuestro enemigo. El único problema que nos plantea ahora es que su acumulación en la atmósfera no deja escapar el exceso de calor que se acumula por el sol (eso es el efecto cambio climático).
Más carbono en el suelo significa más naturaleza y más absorción de CO2. De hecho, se estima que la adopción global de estas prácticas podría bastar por sí misma para absorber el 100% de nuestras emisiones anuales de dióxido de carbono. Estos nuevos agricultores no sólo pueden darnos mejores alimentos, pueden convertirse en auténticos “granjeros de carbono” que reducen emisiones mientras fomentan la biodiversidad.
Desaprender y aprender
Curiosamente, esta regeneración supone en parte volver al pasado, recuperando lo mejor de las técnicas tradicionales no intensivas de agricultura, ahora iluminadas por el conocimiento científico sobre cómo se relaciona el medioambiente y la experiencia de haber probado lo que no funciona del sistema industrial en el entorno natural.
Entendiendo que la agricultura forma parte de un sistema más amplio, que es la naturaleza, y que igual que se beneficia del mismo debe contribuir al mismo para seguir prosperando. Pasando de una relación extractiva a fomentar el mayor número de interrelaciones con su ecosistema.
Y es que hemos construido buena parte del mundo dejando a la naturaleza de lado. Usemos estos aprendizajes para entender el reequilibrio que necesita el sistema y hacer estos cambios realidad. Igual que saber el carbono no es malo por sí mismo, y se trata de entender dónde sobra o falta. Tenemos que desaprender lo aprendido e incorporar lo que no veíamos.
Que va más allá de la agricultura regenerativa. Ya se habla de diseño regenerativo para otras áreas como el urbanismo, la arquitectura y múltiples aplicaciones de la economía circular. Imitar e integrarse con la naturaleza, creando sistemas y procesos que restauran y desarrollan sus recursos de forma dinámica, es la clave para que pasen más cosas buenas de forma sistemática, y no limitarnos a minimizar los daños.
Y salir a ganar, que no empatar, el partido. No sólo reforzando la defensa. También contando con un ataque que le dé la vuelta al marcador. Y que ilusione.