Cuando en la escuela nos contaban que a la Edad de Piedra siguieron las tres etapas de la Edad de los Metales (Edad del Cobre, Edad del Bronce y Edad del Hierro), la fantasía nos trasladaba a mundos primitivos, pero no éramos conscientes de que nos encontrábamos en la Edad del Plástico.
Y es que, en menos de un siglo, el plástico ha pasado de ser un descubrimiento prometedor a convertirse en un elemento cada vez más presente en el Planeta. Del que se producen más de 400 millones de toneladas al año, casi el doble que hace 20 años, y cuya progresión exponencial parece imparable. Tanto que los plásticos en la Tierra pesan ya el doble que el reino animal en su totalidad.

¿Se ha convertido el plástico en el elemento más característico de nuestro tiempo? Su proliferación no sólo ha cambiado nuestros modos y maneras. Además, está dejando una huella indeleble en nuestro planeta y nuestra salud que todavía estamos empezando a comprender.
Propiedades extraordinarias
Porque el plástico ha conquistado nuestra civilización gracias a sus propiedades y versatilidad. Frente a otros elementos, como los metales, el plástico es una creación puramente humana. En realidad, a lo que llamamos plástico son polímeros, unas moléculas muy largas y resistentes creadas mediante procesos químicos, producto de la fusión de varios monómeros en una infinidad de formas.
Nuevos materiales sintéticos a los que se vino a llamar “plásticos” por su plasticidad. Esto es, su capacidad de replicar las propiedades de cualquier material y adaptarse a todo tipo de formas, texturas y colores. Más ligeros, resistentes e hidrófobos, o resistentes al agua.
Todas estas condiciones, unidas a su bajo coste de producción que facilita precios competitivos, facilitaron un sinfín de aplicaciones y la explosión de su consumo. Y un entusiasmo en su adopción, que convertía al plástico en el sinónimo de funcionalidad, belleza y progreso “que iluminaba la vida moderna”, como podía verse en los anuncios de la época. El futuro era eso.

Efectos secundarios
Con el tiempo hemos entendido que el plástico también traía problemas para el planeta y nuestra salud. Estos polímeros, que tan barato resulta combinar, resultan muy difíciles de separar una vez creados. Y además son fragmentables en trocitos cada vez más pequeños, micro y nano partículas que se dispersan por todas partes. Con implicaciones preocupantes:
El plástico no es biodegradable. Su resistencia, que es una de las propiedades que lo hace valioso para tantos usos, también impide que lo absorba la naturaleza como parte del ciclo biológico. Por ello los residuos plásticos han invadido vertederos y mares, llegando incluso hasta a ser digeridos por aves en las islas más remotas del Planeta. Lo que no tiene fácil solución, ya que a la naturaleza le cuesta degradarlo. Entre 10 y 1000 años según el tipo de plástico.
El plástico no se recicla fácilmente. Su tasa media de reciclaje es del 10%, muy inferior a la de materiales como el aluminio o el vidrio, basados en la física, para los que el reciclaje resulta muy efectivo y puede hacerse de manera infinita. Y es que el plástico, basado en la química, no puede fundirse y mantener sus propiedades. De hecho, el reciclaje del plástico resulta menos eficiente que la producción de “plástico virgen” y da lugar a plásticos de calidad inferior, que no permiten su reciclaje sucesivo.
Todo ello viene en buena medida por la infinidad de tipos de plástico, cuya composición es en muchos casos un secreto industrial y a los que los numerosos aditivos y resinas añadidos, como coloraciones, pueden hacerlos directamente no reciclables. Se estima que existen más de 10.000 tipos de plástico que contienen aditivos para su dureza, resistencia y color, en muchos casos desconocidos y potencialmente tóxicos.
El plástico desprende microplásticos, con consecuencias inquietantes para nuestra salud. Riesgo que nos lleva al terreno de lo inesperado. De lo que podría salir mal y nos hemos pasado casi un siglo sin descubrirlo. Hemos empezado a descubrir los microplásticos y sus efectos en la última década, y, aunque nos queda mucho por aprender, lo que ya sabemos es muy preocupante.
Se han encontrado microplásticos y nanoplásticos en todas partes, desde la sal de mesa o el agua embotellada hasta los parajes más deshabitados de la Antártida. Buena parte de los cuales acaban en nuestro cuerpo: se habla incluso de que cada persona ingiere el equivalente a una tarjeta de crédito cada semana.
Aunque las investigaciones son incipientes, ya existen estudios que alertan sobre su gravedad para el medioambiente. Se estima que los microplásticos reducen la fotosíntesis de las plantas terrestres en un 12% y la de las algas marinas en un 7%.
Aunque la mayor alerta apunta a nuestra salud, con estudios que evidencian correlación entre su presencia y la inflamación, causa de tantas enfermedades crónicas. O su elevada concentración en el cerebro, ligada al desarrollo de demencia y Alzheimer. Un tema serio que aconseja establecer replantear ciertos aspectos de nuestro estilo de vida y, sobre todo, buscar un remedio a esta plaga.
¿Qué hacemos con el plástico?
¿Es entonces el plástico otro enemigo de primer orden, como las emisiones de gases de efecto invernadero, cuyos residuos no sólo están deteriorando el medio ambiente, sino además poniendo en grave riesgo nuestra salud? ¿Tenemos que ponernos en lucha contra el plástico de igual forma que combatimos el cambio climático para frenar su crecimiento exponencial?
Hay algo más que une al plástico y a las emisiones de CO2: ambos son resultado de los combustibles fósiles, que son la base en la producción de la mayoría del plástico. Un 98% en el caso de los plásticos de un solo uso. No en vano, su producción está ligada a la industria petroquímica y resulta una parte cada vez más importante del negocio de las compañías petroleras, por ejemplo un 60% del beneficio de Exxon.
De hecho, la producción de plástico ya supone el 3,4% de las emisiones a nivel global, por encima de industrias como la aviación.
A su vez, un número reducido de compañías, fundamentalmente de alimentación, bebidas y tabaco, producen la mitad de los envases que se convierten en residuos. Concentración que explica el foco de organizaciones como Greenpeace en lograr avances mediante la regulación.
Ya están en marcha cumbres de la ONU y marcos regulatorios como el europeo para hacer frente a los problemas del plástico, e incluso se empieza a hablar de “plastic credits” de forma similar a los “carbon credits”.
¿Vivir sin plástico?
Pero vivir sin plástico es complicado, como demuestran los pioneros que lo están intentando y comparten su experiencia. El plástico está presente en casi todo lo que usamos y hacemos, y es fundamental en sectores tan variados como la construcción, la electrónica o el transporte.

Y es que prescindir del plástico puede suponer dejar necesidades importantes sin cubrir. ¿Cómo sustituir el papel clave que ha desempeñado para hacer la alimentación más accesible en todas partes? ¿Qué efecto puede tener sobre el desperdicio alimentario perder sus capacidades de conservación y transporte? ¿Cómo replicar la impermeabilización que proporciona, desde embalajes a dispositivos electrónicos? ¿Cómo sustituirle en la construcción? ¿Contamos con materiales alternativos en aplicaciones tan críticas como el equipamiento sanitario o los bomberos? ¿Qué costes implican dichas alternativas?
The Economist da un paso más, y lo compara a las alternativas ya existentes en los usos más controvertidos, como el envasado: Su ligereza hace que el peso de una botella de 1 litro de cristal sea 20 veces el de una de plástico. Y de 6 veces en el caso de una bolsa de papel - que implica el triple de energía para producirla. Usar latas o botellas de cristal para refrescos genera el doble y el triple de emisiones respectivamente que el plástico, aún teniendo en cuenta su reciclaje. En buena parte porque lo ligero ahorra en transporte y en emisiones.
En consonancia, reivindica la “dimensión verde” del plástico: Y es que la Edad del Plástico ha permitido liberar mucha presión sobre el consumo de recursos naturales de todo tipo. Y usa un ejemplo muy gráfico: Si hay 10 millones de pianos en el mundo, ¿cuántos elefantes habrían hecho falta para tanta tecla blanca de marfil?
Tal vez el equilibrio esté en aceptar que el plástico es un gran invento que no estamos usando de forma responsable. ¿Y si fuésemos capaces de hacer un uso más inteligente del plástico? ¿Un uso razonable teniendo en cuenta todas sus ventajas a la vez que minimizando los riesgos para el medioambiente y nuestra salud?
¿Convivir con el plástico?
Siendo poco realista una prohibición total e inmediata, ¿qué alternativas nos quedan para minimizar sus consecuencias negativas mientras seguimos aprovechando sus beneficios, aunque sea de forma temporal hasta que contemos con alternativas que puedan sustituirlo?
Y es que no todos los usos del plástico son iguales. Frente a los casos en los que el uso del plástico se ha convertido en imprescindible y difícil de reemplazar, como los materiales y protecciones sanitarias, hay muchos en los que es posible encontrar alternativas, como en el caso de la industria textil. Pero, sobre todo, llama la atención una gran paradoja: más de un tercio de los plásticos son de un solo uso. De usar y tirar.
Podemos hacer mucho más de lo que pensamos. E ir reduciendo la dependencia del plástico combinando tres tipos de acciones: moderar su uso, buscar alternativas y revisar su circularización.
Usar menos plástico implica un cambio en nuestros hábitos y costumbres. Que no es fácil, porque el plástico es muy cómodo. Pero que se impone, dado su impacto en nuestra salud personal y planetaria.
Cambio que empieza por prescindir de los artículos de un solo uso, simplemente diciendo que no (como la pajita del refresco) o buscando alternativas. Pasar del usar y tirar a lo duradero, que, aunque parezca que cuesta más, proporciona muchos más usos. E ir replicando este patrón, con la moda, los cosméticos… Sin olvidar de protegernos, intentando que entren menos microplásticos en nuestro organismo (evitando las botellas de agua, calentar contenedores plásticos en el microondas…). Existen muchos recursos y guías (como esta) para ayudarnos en esta ruta.
Buscar alternativas al plástico que permitan replicar sus propiedades evitando sus perjuicios, apostando por la investigación e innovación en materiales biodegradables o más fácilmente reciclables que eliminen el riesgo de microplásticos. Que conviene incentivar como consumidores y como sociedad, ya que implica competir con los bajos costes del plástico.
Necesitamos esos nuevos materiales con urgencia y es buena noticia que cada día hay más startups trabajando en este terreno, como Notpla, Apeel o Sway en el campo de la conservación de alimentos. Como expone Pack2Earth, otra compañía innovando en embalajes: “si crees que podemos convencer a todos los humanos a separar y reciclar sus residuos, te has embarcado en una misión imposible”. Hay que ir construyendo alternativas que faciliten la transición.
Revisar la estrategia de circularización del plástico, entendido como seguir apostando por la economía circular, sin ignorar que en este caso plantea un dilema: Por un lado, urge reciclar el plástico y darle salida al crecimiento exponencial de sus residuos. Por otro, es una estrategia que plantea dudas, dada su difícil reciclabilidad, tanto desde un punto de vista productivo como financiero, y el riesgo que supone el uso continuado de un material que que parece estar generando perjuicio cada vez que se usa o manipula, al desprender microplásticos.
Se estima que a nivel global el plástico “mal gestionado”, en aparentes procesos de reciclaje que no se concretan, que en muchos casos implica su transporte a otros países, es el doble del que se recicla, y el incinerado, con todas las emisiones que implica, un volumen similar.
Es necesario un modelo de reciclaje con garantías. mediante procesos y operativas seguros y sin mermas, que permitan incorporar avances e innovaciones que hagan la reciclabilidad cada vez más fiable y atractiva. Sin olvidar un principio de prudencia a la hora de extender la vida de un material cuyo uso parece provocar serios riesgos para la salud.
Y es que, sin un modelo seguro de reciclaje, tal vez sea mejor retirarlo de la circulación y evitar que siga dando vueltas. Paradójicamente, puede que acabe resultando más seguro proceder a una incineración controlada (con captura de carbono y generación de energía) o simplemente retirarlos al final de su vida útil en vertederos rigurosamente controlados. Al menos hasta que reduzcamos el volumen de desperdicio plástico actual.
Cambio de Era
Pese a sus grandes propiedades, parece por tanto lo más prudente empezar a reducir nuestra dependencia del plástico, a la vez que seguir avanzando en comprenderlo y controlarlo mejor.
Y hacerlo lo más deprisa posible. Sin quitar méritos a un material que tanto nos ha aportado, pero conscientes de sus riesgos, evitando su consumo innecesario y fomentando sus alternativas. Antes de que nos sepulte su expansión incontrolada por todo el Planeta o contemos con más pruebas de que tanto plástico circulando por nuestro organismo no puede ser bueno.
Hagamos que la Edad del Plástico tenga un final acorde con el optimismo con el que empezó y lo recordemos como una tecnología de transición que nos ayudó a descubrir un montón de ventajas que después pudimos cubrir con alternativas sostenibles y circulares - y otro montón de tonterías que decidimos que no valía la pena volver a hacer. Y que, así como la Edad de Piedra dio paso a la Edad de los Metales, pase el testigo a algo todavía mejor.

Muy relevante reflexión. En mi casa, por ejemplo, a pesar de intentar no consumir demasiados envases, la bolsa de residuos plásticos se llena casi a diario, a un trompo 2-3 veces superior al de los residuos orgánicos. Por no hablar de que todavía no ha calado del todo la cultura del separado de residuos y se mezclan frecuentemente envases con otros residuos.