Hace unas semanas, discutía con mis alumnos en clase quién había contribuido más a combatir el cambio climático: si la ONU y sus COPs guiando agendas multilaterales y marcando objetivos, o Elon Musk “inventando” la industria del coche eléctrico, con todo el efecto arrastre que ha generado no sólo en el sector de la movilidad, sino también en la energía y las baterías. Hubo división de opiniones, pero fue un buen ejercicio para entender que no podemos dejar la solución a este problema únicamente en mecanismos condicionados por nuestra “governance global”.
Confieso con humildad mi reducida familiaridad con los COPs y mecanismos multilaterales en general. De hecho, más bien tengo cierto sesgo por la tradición de innovadores y emprendedores que han catalizado los principales avances exponenciales de nuestros días. Pero hay que reconocer la importancia de la contribución de la ONU frente a este reto: el marcar dirección y fomentar iniciativas que la refuercen.
De igual forma que ha conseguido que proliferen las iniciativas que se ven legitimadas por los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible), la ONU ha impulsado el desarrollo de iniciativas contra el cambio climático al crear una hoja de ruta hacia un objetivo común (el 1,5ªC) con revisiones periódicas (los COP) apoyadas por un equipo técnico (el IPCC).
Sin embargo, parece que delegar todas nuestras expectativas en su plan y en los COPs, percibidos como la cita climática del año, no es una fórmula de éxito. Esto se ha confirmado de forma rotunda en Bakú. Y es algo preocupante, porque necesitamos que lo más cercano que tiene el planeta a un órgano de gobierno sea efectivo para resolver el problema del clima.
Cumbre en “la Tierra del Fuego”
El COP29 de Bakú comenzó con sospechas y malos auspicios. La capital de Azerbaiyán, la ”Tierra del Fuego”, que llegó a ser capital mundial del petróleo a finales del siglo XIX, hoy simbolizada por las Flame Towers en forma de llama, era un claro recordatorio de que, un año más, la cumbre por el clima estaba organizada por productores de las energías fósiles que han contribuido a la acumulación de carbono en la atmósfera. ¿Juez y parte? ¿Broma o paradoja?
Los días previos añadieron elementos de película de suspense. Tras la clara victoria electoral de un Trump partidario de desvincular a USA de sus compromisos climáticos, se confirmó que 2024 está en camino de convertirse no sólo en el año con temperaturas globales más elevadas desde que se conservan registros, sino también el primero en el que ya se ha rebasado el objetivo del 1,5º de París. ¿Qué puede hacer una cumbre dónde no va a asistir uno de los decisores clave y cuyo objetivo no se ha logrado cumplir?
El inicio de la conferencia tampoco pareció presagiar grandes resultados. Por el lado más frívolo, el Presidente de Azerbaiyán abrió la cumbre diciendo que el crudo era un “regalo de Dios”. Incluso se informó que los organizadores estaban cerrando acuerdos de venta de hidrocarburos durante la misma. Incluso se vio acompañada de una cumbre paralela, Anti-COP, en Oaxaca, México, organizada por activistas al sentirse excluidos por la evolución de las COP.
No obstante, el precedente de la COP-28 en Dubai terminó mejor de lo esperado: con la fórmula del “transition away”, por la que incluso los productores de crudo que la organizaban aceptaron que era necesario cambiar de rumbo en el capítulo energético. Aunque dejando pendiente el reto de pasar de la declaración a la acción.
Ese sentido de misión, de tomar decisiones que marquen un destino común, que debe informar planes y acciones futuros, se ha echado de menos en Bakú.
Aunque parece que sí ha habido avances positivos en temas puntuales, siendo el más destacado el establecimiento de reglas para un mercado voluntario de créditos de carbono, faltan acuerdos e iniciativas proporcionales a la gravedad del avance de las temperaturas. Ante este agravamiento de la realidad, cabría esperar otro tipo de reacción, con una revisión y replanteamiento más ambicioso del plan.
Ni siquiera parece que haya habido avances significativos para concretar la “transition away” de Dubai. Ni en empujar otras decisiones de similar calado e impacto. De hecho, parece que Bakú quedará como la cumbre de la discusión del cheque del Loss & Damage.
La factura del cambio climático
En la COP de París, se llegó al acuerdo de arbitrar un mecanismo de compensación entre los países más desarrollados, como principales causantes del cambio climático, y los demás, como presuntas víctimas de las consecuencias del progreso en otros lugares del planeta.
De alguna forma, se establecía una justicia o lógica redistributiva por la que unos se habían beneficiado de los avances del progreso “carbonizador” y, aunque todos estamos sufriendo el impacto del cambio climático, los que no se habían beneficiado, y especialmente los más afectados por sus consecuencias, debían ser compensados económicamente. Por una cuantía por concretar, que se denominó NVQG (“New Collective Quantified Goal”).
Esta fórmula genérica necesitaba más desarrollo en los detalles. ¿Cuál es el concepto de la factura? ¿Mitigación, adaptación o ambas? ¿Quiénes son los acusados de haberse beneficiado y quiénes no? ¿Ayudan terminologías como “sur global” y “norte global" a determinarlo, o por el contrario sobresimplifican y enfrentan, y se pueden establecer criterios más claros y objetivos? ¿Implica la factura a todos los países de la OCDE? ¿A quién más? ¿En qué lado deben caer los países de la OPEP? ¿Y China? Sorprende conocer que la lista que se ha manejado hasta Bakú databa de 1992.
Pese a estas indeterminaciones, no han faltado en Bakú cuantificaciones para dicha factura: Un grupo de expertos de la ONU la valoró en $1.3 trillones, con lo que la cifra del trillón sobrevoló como referencia para los países “pobres”, frente a los 100 billones de dólares al año inicialmente establecidos en París.
El documento final alude a un cheque de “al menos 300 billones de dólares al año en 2035”. Un desenlace que parece que no deja contento a nadie. Y si es normal que en toda negociación cada parte ceda algo, en esta parece que hay un tercer perjudicado: el Planeta Tierra.
Win-win vs win-lose
Y es que centrar las discusiones en quién tiene la culpa y qué les deben unos a otros no parece la mejor forma de construir algo juntos. Sobre todo si a todos nos une un gran interés común: que nuestro planeta siga siendo el mejor lugar posible para la vida humana.
A mi modo de ver, hay varios errores de planteamiento que deben revisarse radicalmente si queremos que los próximos COPs sean decisivos. El primero es huir de fórmulas de winners y losers y enfocarnos a mecanismos en los que todos ganen. Ello debería primar los proyectos comunes con beneficios para todos frente a los esfuerzos aislados. Y enfocarse más en el resultado que el coste que podamos estimar hoy.
Y es que cuando la negociación se centra en la factura y se convierte en un juego de suma cero, se puede perder visibilidad sobre el objetivo que inicialmente se perseguía. De hecho, parece que en parte es lo que está pasando, agravado porque se ha convertido en “otra” discusión económica entre países.
Lo que plantea muchas preguntas: ¿son los gobiernos de los países los mejores receptores y ejecutores de una transferencia como esta? ¿son la opción más efectiva y eficiente para las necesidades de mitigación y adaptación que deben desplegarse de forma masiva? ¿cómo aseguramos efectos de escala y curvas de aprendizaje en la ejecución de estos planes? ¿cómo generar una mayor confianza en que los receptores de estas ayudas van a aplicarlas para el mayor beneficio de todos?
En la vida, a los que les va bien pueden y deben ejercer la generosidad. Pero, para que lo hagan, hacen falta proyectos que ilusionen y mecanismos que den confianza y garanticen resultados.
Sin plan común ni confianza, difícilmente habrá win-wins. Ni la ilusión imprescindible en un proyecto de tal ambición. Hay que recuperar el proyecto común y enfocarse en resultados que nos unan.
Culpa y futuro
Tal vez las preguntas que se deberían haber hecho en este COP deberían haber girado menos en torno a la cuantía de la factura y más sobre el destino de la inversión: ¿qué proyecto nos puede hacer avanzar exponencialmente contra un enemigo que así lo hace? ¿cómo bajar a objetivos compartidos los retos comunes de mitigación y adaptación a los que nos enfrentamos? ¿qué tipo de planes y con qué tipo de protagonistas y controles tenemos que poner en marcha para que todos seamos ganadores y los que puedan ser generosos lo sean con entusiasmo? ¿cómo nos aseguramos que anteponemos las necesidades del planeta sobre las de cada país o gobernante?
Aunque parece una utopía en el laberinto geopolítico actual, no hay nada que una tanto como un problema compartido. Retomando la ilusión común y alineando intereses. Sacando estos recursos y prioridades de la esfera de los Estados y creando programas globales con gestión profesional y objetivos claros que nos sirvan a todos, como habitantes del planeta más que como ciudadanos rehenes de sus Estados.
Estos programas deberían de ser lo más concretos posible. Aprovechar la escala para ser más rápidos y efectivos. Y generar beneficios para todos, también para los que los financien. ¿Un programa mundial para que toda la nueva energía que se instale sea renovable? ¿para extender las mejores prácticas de la economía circular? ¿de la agricultura regenerativa? ¿para acelerar la reforestación? ¿de identificación y aplicación de las mejores prácticas para la adaptación? ¿para la prevención y respuesta rápida a catástrofes meteorológicas? Iniciativas comunes, globales, sin fronteras… proyectos realmente comunes, “del mundo”, sin más intervención por parte de los gobiernos que facilitarlos y favorecerlos.
Y que aquellos que los financien, también obtengan beneficio. No deja de ser irónico que Europa, en medio de una crisis histórica, tenga que hacerse cargo de buena parte de una factura que será interpretada localmente. Mientras, algunas de sus grandes apuestas industriales contra el cambio climático, como Northvolt, entran en crisis.
En cuanto a los beneficiarios que piden reparaciones históricas, sin duda son víctimas de un cambio climático que no han provocado. Pero igualmente se están beneficiando de un progreso tecnológico que les viene dado. Avance que podrá permitirles saltar varios capítulos de lo que nos ha llevado a esta situación y contar con las infraestructuras más limpias y eficientes en el planeta. Con la oportunidad de ahorrarse una transición dolorosa, que los países desarrollados tendrán que pasar. Tal como ha pasado con la telefonía y el móvil. Va a pasar con la energía, dónde van directos a renovables, y con el resto de nuevas tecnologías que ya se están desarrollando para reaccionar ante esta situación. Evitemos legitimar el free riding de no reconocer que ambas cosas van asociadas.
Tenemos que hacer que este sea el futuro. Tenemos que apuntar a algo mucho más poderoso que nos devuelva la esperanza como humanidad y nos de la velocidad necesaria para hacer frente a este reto.
Como en su día demostró el Plan Marshall, ser generoso con los demás revierte en uno mismo, pero hacen falta proyectos comunes y garantías para hacerlo. Necesitamos este tipo de programas, sin fronteras, pensando en grande y asegurando la ejecución. Más visión común y menos culpa.
Y tal vez la ONU pueda brillar de nuevo con este tipo de planteamiento. Que no funcione el mecanismo no debería implicar que perdamos la dirección y la fe en que podemos ganar esta batalla.
Mientras no ocurra, la ONU podrá seguir siendo útil para marcar dirección y unificar agendas, pero dependeremos de los Musks de este mundo para salvar el Planeta. A menos que las instituciones globales se llenen también de visionarios que convenzan a los países de lo mucho que tienen que ganar cediendo y veamos los efectos combinados de ambos. Ese sí sería un buen escenario.