
Cuando Rusia invadió Ucrania hace algo más de tres años, el termostato de casa pasó a un máximo de 17ªC y empecé a ducharme con agua fría. Movido por la solidaridad por la doble vía de compartir parte del sacrificio y reducir el consumo de gas. Aún así, era fácil de sobrellevar con una capa más de ropa y seguía siendo muy confortable comparado con las condiciones que estaban sufriendo los ucranianos.
No sé si fui el único idealista, o chalado, que puso este celo en cambiar costumbres ya establecidas. Mientras, The Economist comentaba con cierta estupefacción cómo los gobiernos europeos, pese a la crisis de suministro del gas ruso, no se atrevían a pedirle a sus ciudadanos que ni tan siquiera redujesen en 1ºC el nivel de sus termostatos. Incluso asumían parte de la subida del coste de la energía evitando el efecto disuasorio de un mayor precio. Como si los políticos europeos hubieran aceptado que sus ciudadanos eran incapaces de hacer sacrificios. Y lo comparaba a la crisis energética de los 70s, que impuso cambios de estilo de vida. O al propio sacrificio de los ucranianos. ¿Somos una sociedad blandengue?
Tres años después, hemos mantenido la base de este patrón de consumo en casa, aunque con algo más de flexibilidad en el “nivel de sacrificio”. Con temperatura por defecto en 17ºC, ocasionalmente subiendo hasta los 19ºC, y de 15ºC por la noche - con el placer añadido que es “calentar la cama” al acostarse en invierno. Un nivel confortable para esta época del año, al que llegamos sin partir de ninguna referencia. Y que no tiene por qué serlo para todo el mundo. El enigma del termostato.
En verano mis dudas eran similares. Hasta que hace varios años, durante la visita de mantenimiento del técnico de aire acondicionado, le pregunté a qué temperatura recomendaba fijar el termostato. Nos aconsejó ponerlo entre 24 y 26 grados como equilibrio entre confort razonable y consumo. Y así venimos haciendo, con los 26ºC como referencia. Un nivel muy razonable para evitar un excesivo contraste con el calor que te lleva a encenderlo. Ante la duda, mejor pasar algo más de calor que de frío, que para eso estamos en verano.
Pero siguen proliferando las de las cafeterías y comercios con el aire a 21 grados cuando la temperatura exterior supera los 40. Como aquel restaurante de Hong Kong en el que estuve hace muchos años y en el que cuando pedías que bajasen el aire acondicionado te sacaban una chaqueta. O esos edificios con calefacción central en los que necesitas abrir la ventana en invierno para no morirte de calor, como le pasó en Illinois a
. O el frío de Dubai, que tan bien cuenta .Y es que pasar frío en verano y calor en invierno no es bueno para la salud. Ni para el Planeta. Ni siquiera para nuestro bolsillo.
Tal vez deberíamos hablar más sobre qué temperaturas son ideales en cada momento del año. La climatización es un gran invento, que ha hecho la vida más fácil en muchas regiones del mundo y facilita la adaptación al cambio climático. Pero sus efectos serán tan buenos o malos según la utilicemos. Y, como muchas otras cosas, requiere cierta educación sobre su uso responsable. No parece que la haya. Yo mismo me he autoeducado, inspirado por ejemplos heroicos y preguntando a quien pensé me podía aconsejar mejor.
Buscando en Google “temperaturas recomendadas calefacción”, su vista creada con AI sugiere que la temperatura recomendada para la calefacción en invierno oscila entre los 19º y 21º C durante el día, y entre los 15º y 17º C por la noche.
Si hacemos la misma búsqueda para el aire acondicionado, la respuesta es que “en verano es de 24 a 26º C, y en invierno, de 15 a 17º C”. El técnico y Google parecen estar de acuerdo, aunque muchas cafeterías no lo estén.
Nuestras decisiones sobre cuánto queremos que la climatización nos aleje de la estación del año en la que nos encontramos tienen un efecto directo sobre el cambio climático. Se estima que, según el edificio y su aislamiento, la calefacción puede suponer el 30-50% del gasto energético del hogar en climas fríos, y el aire acondicionado el 10-20% en climas calientes, con el impacto en emisiones que implica.
De hecho, la propia IEA (Agencia Internacional de la Energía) destaca el impacto de estas decisiones en su informe “Net Zero by 2050”, marcando en su plan de descarbonización para 2030 objetivos de moderar la climatización en hogares y oficinas. Que están en línea con la recomendación de Google: Temperaturas medias de 19‐20°C para la calefacción en invierno y 24‐25°C para el aire acondicionado en verano. Añade que es una medida que debiera ser fácil de llevar a cabo: sólo un 20% de los encuestados se opone.
Se estima que bajar 1ºC la calefacción puede reducir un 7% su consumo de energía y subir 1ºC el aire acondicionado ahorrar un 10% del suyo. Una rebaja apreciable en euros y en emisiones. Vale la pena ponerse la chaqueta en invierno y no tener que usarla en verano.
Y aunque se trata de una decisión personal, que cada uno tendrá que modular conforme a su salud, edad o tipo de energía; debería de ser una decisión consciente. Que no decida por nosotros la inercia. No todos tenemos que sentirnos héroes, pero podemos reaccionar contra lo antinatural, irrazonable e insolidario. Rebelémonos contra el sinsentido. Aunque nos traigan chaqueta.
Esos excesos de calor en invierno y de frío en verano no son nada buenos para nuestra salud, ni para nuestro bolsillo ni para la naturaleza. Ni para los demás. Hagamos un ejercicio de empatía y pensemos en la gente que no tiene la suerte de poder elegir la temperatura y sufre los efectos de nuestras decisiones.
Y es que ajustar el termostato de casa no deja de ser lo que llaman un “high quality problem”, comparado con el de aquellos que no pueden elegir la temperatura de su hogar.
Para facilitar nuestras decisiones, deberíamos crear una métrica que nos lo facilite - ya se sabe que lo que no se mide es más difícil de mejorar. Me atrevo a proponer una. Llamémosla la “distancia termostática”. Definida como la diferencia entre la temperatura marcada en el termostato del aire acondicionado en verano y la de la calefacción en invierno. Elige el valor que predomina en cada una, tu “por defecto”, sea la media o la moda, y haz la resta. Y tal vez te sorprendas. Pero ya tendrás una referencia con la que compararte y mejorar. En cuanto menor salga, más te alejas de la estación del año en la que estás, más te aíslas de la naturaleza.
A mí me sale en el entorno del 9ºC (=26-17), aunque tal vez la media sea algo menor. No sé si sirve de comparación o ejemplo. Como en tantas cosas, lo mejor es tener claro tu objetivo y medir las mejoras contra ti mismo.
Anímate a calcular la tuya. Y hablemos de ello. Socialicemos que decisiones aparentemente personales como esta tienen un impacto en todos. Y que cada uno podemos elegir nuestras temperaturas ideales - y sus consecuencias.
¿Empezamos? ¿qué temperatura marca tu termostato? ¿es la que te gustaría? ¿y por qué, si es que tienes un porqué? ¿cuál es tu distancia termostática? ¿la quieres mejorar? ¿cómo te sientes al llegar a lugares dónde la climatización es claramente inadecuada? ¿crees que habría que decirles algo? Normalicemos esta conversación. Podemos empezar en los comentarios de este post. Te leo.
¡Gracias por la mención! ¡Me alegro de que mi historia haya merecido una referencia!
muy interesante Chema. Estoy en una distancia termostática de 7 grados. No llego a tus 9, por ahora,... aunque voy a intentarlo