Entender el cambio climático es un camino lleno de sorpresas y paradojas. Una de ellas es que, al luchar con éxito contra la contaminación, hemos podido acelerar el calentamiento de la Tierra.
Y es que, mientras el cambio climático es resultado de un gas, el CO2, que en sí no es nocivo, pero que al acumularse en la atmósfera genera el efecto invernadero que lo causa, otro gas, el SO2, este tóxico e irritante, provocaba un efecto de enfriamiento de la Tierra, que se ha reducido al eliminar buena parte de sus emisiones.

Contaminación o calor
El juego entre ambos gases influye en el llamado “forzamiento radiativo”, o forzamiento climático, equilibrio energético del sistema Tierra-atmósfera, resultado de la radiación solar entrante y la radiación infrarroja saliente dentro de la atmósfera terrestre, cuyo equilibrio determina la temperatura de la atmósfera.
El cambio climático es consecuencia de la alteración de dicho equilibrio entre la energía recibida y la emitida por el Planeta, al haberse acumulado demasiado CO2 en el lugar que no corresponde, que refleja de vuelta parte del calor que la Tierra intenta liberar.

La evolución del forzamiento radiativo es reveladora. Pese al aumento de emisiones de los gases de efecto invernadero desde hace más de un siglo (CO2, CH4, N2O…), la aceleración del desequilibrio de temperaturas es mucho más reciente. Y en buena medida coincide con el estancamiento y posterior reducción del efecto de los aerosoles troposféricos. Aerosoles que, aún resultando nocivos como en el caso del SO2, enfriaban la atmósfera compensando en parte el efecto invernadero.
También resulta llamativo el impacto puntual en forma de dientes de sierra de la actividad volcánica, que reduce de forma determinante las temperaturas. Tal como ocurrió en 1991 con la erupción del volcán Pinatubo en Filipinas, que provocó un descenso de -0,5ºC en las temperaturas globales durante los dos años siguientes, consecuencia del SO2 que inyectó en la atmósfera. El propio IPCC recoge explicitamente el impacto de los volcanes en las proyecciones climáticas, mencionando en su informe AR6 que una gran erupción volcánica puede retrasar el proceso de calentamiento entre uno y tres años.
¿Plantea la lucha contra la contaminación un dilema? ¿Deberíamos seguir luchando por eliminar la polución que mata millones de personas todos los años, si dicha contaminación tiene incidentalmente el efecto positivo de retrasar el calentamiento global y permitirnos “comprar más tiempo"?
Y es que estamos siendo muy efectivos mejorando la calidad del aire. Se estima que el cumplimiento de normativas, como la de la Organización Marítima Internacional imponiendo la reducción del nivel de azufre del 3,5% al 0,5% en combustibles, puede haber influido en que las nubes marinas sean menos brillantes y permitan pasar más luz solar. Tanto que plantea cierto desconcierto el tener que elegir entre dos males.

Geoingeniería solar
No sorprende que, teniendo estos datos en cuenta, cada vez se hable más de soluciones de “solar geoengineering”, o “solar radiation management (SRM)”, tecnologías dirigidas a enfriar la atmósfera de la Tierra, fundamentalmente mediante el uso de aerosoles como el SO2. Una rama de la geoingeniería en sentido amplio, que, en palabras de la British Royal Society, es “la manipulación deliberada a gran escala del entorno planetario”.
Y es que sus partidarios proponen utilizar la geoingeniería como una herramienta táctica dentro del plan de Planeta contra el cambio climático: Una solución urgente provisional hasta que la combinación de la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero y la captura de las ya acumuladas en la atmósfera permita superar la amenaza que supone el cambio climático.

Soluciones que podrían resumirse como distintos tipos de paraguas o sombrillas de distintas formas y tecnologías para reducir la luz solar que llega a la Tierra, y por tanto la temperatura del Planeta.
La Alliance for Just Deliberation on Solar Geoengineering describe diversas alternativas, como abrillantar las nubes marinas (de forma menos contaminante), incorporar aerosoles en las nubes cirro, introducir burbujas reflectantes en el mar o enviar espejos reflectantes al espacio. Soluciones que suenan a ciencia ficción, pero que parten de la misma base.
Inspirarse en los volcanes
Entre ellas, destaca la categoría llamada “Stratospheric Aerosol Injection” (SAI), que se inspira en los volcanes, mediante inyecciones de SO2 en la estratosfera para detener más rayos de luz en el espacio antes de que alcancen la atmósfera.
Y es que el SO2, o dióxido de azufre, es muy efectivo enfriando el Planeta: se estima que, por regla general, un gramo de SO2 puede neutralizar el calor de una tonelada de CO2 durante un año.
De hecho, los volumenes de SO2 a inyectar en la estratosfera son una proporción mínima del dióxido de azufre que ya estamos emitiendo, pero al proyectarse a una capa mucho más alta que la troposfera, que es dónde hoy influyen en el forzamiento radiativo, resultan mucho más efectivos.
Si es algo tan sencillo, ¿por qué es una solución de la que apenas se habla y que incluso ha sido ignorada en planes como los promovidos por el IPCC?
No parece que sea por complejidad, al menos en comparación con la que supone absorber todo el CO2 ya acumulado en la atmósfera. Al menos, eso parece transmitir la startup Make Sunsets, que permite a cualquiera “enfriar la Tierra con nubes reflectantes” creadas mediante globos cargados de SO2 que envían a la estratosfera. Cualquiera puede acceder a su web y comprar “cooling credits”, al precio de 1 dólar por tonelada de CO2 neutralizada durante un año.

Aunque el impacto de una iniciativa como esta puede calificarse como testimonial, y hay que pensar en ella más como un punto de partida. Como observa el climatólogo Juan A. Añel, “cada uno de sus globos pone en la atmósfera cientos de veces menos azufre que un simple vuelo comercial, con lo cual no tiene ningún tipo de efecto significativo sobre la atmósfera”. Y continúa:
Estas técnicas requieren poner toneladas de azufre en el aire y es algo que hay que hacer una vez al año, porque las partículas se acaban depositando en superficie. Habría que poner un mínimo anual de unas 5 Megatoneladas (o teragramos) de SO2 en la estratosfera. Haría falta una flota de aviones Hércules, capaces de cargar 20 toneladas, volando continuamente.
Sería necesario escalar masivamente el concepto de las inyecciones de SO2 y aceptar que nos llevaría a una nueva dinámica de gestión del planeta, de creación de una “capa protectora” que tendríamos que mantener todos los años, ya que el contraste generado en caso de interrumpir su protección podría desencadenar cambios de temperatura extremos con efectos imprevisibles. Incluso se habla de que tendríamos que acostumbrarnos a un color del cielo más blanco que azul. A un nuevo equilibrio del Planeta.

Y es que una solución de este tipo nos adentra en territorio desconocido. Aunque la referencia del Pinatubo es alentadora, llevar esa dinámica a una escala global y permanente puede desencadenar otros efectos que hoy no podemos evaluar.
Riesgos que van más allá de un Planeta con menos luz y más contaminación por SO2. Entre las preocupaciones expresadas por la comunidad científica destacan el riesgo que supone para la capa de ozono e impactos difíciles de prever sobre los patrones de clima y precipitaciones a nivel global y regional. Por ejemplo, las lluvias se redujeron siguiendo la erupción del Pinatubo.
Por ello, no hay consenso sobre si deberíamos realizar un piloto a gran escala o supone riesgos inasumibles. El profesor de Harvard David Keith fue pionero en plantear iniciativas de SRM y urgir su puesta en marcha, argumentando que el riesgo de no hacerlo es demasiado elevado y son necesarios experimentos “en el mundo real” para validar lo que los modelos de simulación le indican. Otros científicos, como Raymond Pierrehumbert, de Oxford, se oponen al considerar que supone “hackear el Planeta sin saber lo que puede pasar”, cuestionando dichas simulaciones, y porque “una vez que empecemos a usarlo, tendremos que mantenerlo para siempre, ya que de parar los cambios de temperatura se manifestarán de forma repentina y dramática”.
Ello por no hablar de una complicación adicional que puede ser definitiva: Quién y cómo decide activar un mecanismo de este tipo, con consecuencias potenciales sobre todo el Planeta, en el panorama no precisamente armónico de nuestra gobernanza global.
En la obra de cli-fi “El ministerio del futuro”, de Kim Stanley Robinson, India lo hace y realiza unilateralmente inyecciones de SO2 después de que 50 millones de personas mueran en una ola de calor húmedo. Y es que cualquiera podría iniciar una operación como esta, como demuestra Make Sunsets.
Lo que abre nuevas cuestiones. ¿Podría cualquier estado o corporación iniciar una acción con consecuencias globales? ¿debería limitarse a su área territorial? ¿es eso posible? ¿podría “invadir” el territorio de otro Estado y dejarle sin cielos despejados? ¿a cambio de qué? Y muchas más derivaciones posibles: ¿tendría sentido “cubrir de nubes” el Sahara o el Amazonas? ¿podría cualquier ciudadano “comprar” sombra, o refugio climático, en su finca?
Inyectar SO2 en la atmósfera plantea por tanto muchas cuestiones. No sólo sobre si se puede hacer, sino, sobre todo, sobre si se debe hacer. Más cuando también abre el interrogante de si se podría convertir en la excusa necesaria para prorrogar indefinidamente los esfuerzos de descarbonización necesarios para reducir emisiones y eliminar el exceso de CO2 en la atmósfera, atacando las causas de raíz del cambio climático. Por no mencionar su posible impacto en el resto de límites planetarios de la Tierra, que sin duda se verían afectados por cambios de esta magnitud.
Hay que valorar si esta inspiración volcánica nos proporciona un salvavidas, como abogan sus partidarios, un nuevo riesgo, que necesitamos valorar mejor, o es simplemente un placebo, para seguir retrasando los cambios que sabemos que tenemos que hacer. Y asegurar que no se nos olvida que era una solución provisional. Evitar que se acabe convirtiendo en una trampa.
Lo que parece claro es que mientras sigan aumentando las temperaturas y la necesidad de soluciones urgentes, cada vez se hablará más del SO2.

Interesante artículo. Ya había leído sobre el tema del dióxido de azufre. Va a resultar que la contaminación es como con el alcohol, que en pocas cantidades puede ser bueno,... jajaja... todo es muy complejo y está muy bien estudiarlo, pero con humildad y con rigor y esfuerzo. Lo digo porque en esto del cambio climático (antes calentamiento global), si ha habido algo seguro es mucha prepotencia intelectual y social, provocada por algunos políticos mentirosos y sinverguenzas. De esto último estoy seguro que ha habido. Más ciencia, como este artículo, y menos basura politica y engaño social
En mi opinión, el riesgo de la geoingeniería solar es que trata el planeta como una máquina, en lugar de como un organismo vivo. Asume que podemos predecir su comportamiento con exactitud y que las relaciones causa-efecto son lineales: si A, entonces B. Pero el planeta funciona como un sistema interconectado, lo que supone que las relaciones causa-efecto sean multidireccionales e impredecibles.
En cualquier caso, como dices, lo importante es ver estas opciones como parches provisionales y no como soluciones a largo plazo. Gracias una semana más, José María.