Uno de los mejores regalos furtivos del verano es dormir con la ventana abierta las noches de aire fresco.
Hasta hay noches que transportan a recuerdos de vacaciones en pueblos marineros y casas en el campo, sobre todo si hay aves graznando al amanecer.
Aunque cada vez hay menos noches de aire fresco. Como comentaba el ilustre “hombre del tiempo” Mario Picazo, en verano hemos pasado de preocuparnos por las temperaturas máximas a hacerlo por las mínimas. A preguntarnos si al menos durante la noche podremos respirar y dormir a la fresca.
Dormir con la ventana abierta es un placer cada vez más escaso. Y es que incluso en las noches de aire fresco nos hacemos sabotaje.
El peaje porque corra el aire es que también fluya el sonido. Que no nos deje dormir el ruido de las noches de verano y su contaminación acústica, ese jolgorio que muchas veces ni es posible saber de dónde viene.
A veces duele más cuando lo sabemos y no podemos pararlo. Como el aire acondicionado de esos vecinos que hace tiempo renunciaron a disfrutar de la brisa de las buenas noches. De los que viven con la ventana cerrada y el climatizador siempre en ON, haga el tiempo que haga.
La climatización es uno de los grandes inventos de la humanidad. Decidir qué temperatura queremos, con independencia del tiempo que haga ahí fuera, podría parecer magia al mismo Rey Sol. Probablemente uno de los inventos más igualadores de la historia, que ha impulsado el desarrollo económico por todo el Planeta. ¿Qué sería de Singapur o Dubai sin aire acondicionado?
¿Y si estamos abusando de nuestro invento, de nuevo encerrados en nuestra matrix al margen de la naturaleza? Como decía un anuncio, nos creemos los “amos de la creación”. Pasando el invierno en shorts y camiseta y durmiendo con colcha en verano. Too much of a good thing…
Algunos han convertido esta aberración en la normalidad y nos la imponen. Restaurantes en los que hay que ponerse chaqueta en verano. Tiendas que al entrar nos hacen sentir dentro de una nevera. Y los mal llamados “edificios inteligentes”...
Como esos hoteles con climatización activa los 365 días del año en los que no hay forma de abrir las ventanas. Siempre equipados con fundas nórdicas y aire acondicionado, sea cual sea la estación. En los que a veces no se puede ni dormir. Calor en invierno y frío en verano, aunque fuera aceche la helada o la canícula.
Y es que en verano hace calor y en invierno hace frío, al menos en el hemisferio norte. Y siempre ha sido así. Usemos la climatización para protegernos de los excesos, pero con responsabilidad y moderación.
No sólo porque la climatización emite y afecta al clima como gran consumidora de energía. Pensemos también en los que quieren vivir en la estación en la que están, sin sufrir pero sin negarla. Sin necesidad de resfriarse ni ponerse tapones en los oídos. Tu consumo no es sólo tuyo. Lo que haces tiene impacto en los demás.
Tal vez el secreto está en tomar lo mejor que nos ofrece cada época del año. Como las frutas de temporada. Ponerle un 0 a ese hotel en Booking y pedirle al vecino que abra la ventana y disfrute y deje disfrutar de los regalos furtivos del verano. Optimizar para la Naturaleza, no para el aire acondicionado.

Crecí en Pittsburgh, Pensilvania, EE. UU., pero mi madre era de Nueva Inglaterra de Massachusetts.
Como era su costumbre mientras crecía, dormíamos con las ventanas abiertas en invierno, para tomar aire fresco, mientras nos amontonábamos debajo de las mantas y teníamos el calor del radiador encendido a un nivel razonable para la noche (no demasiado caliente).
Estaba acostumbrado a este hábito cuando fui a la universidad en Illinois. Abrí mi ventana en el invierno para tomar aire fresco en mi dormitorio ... un cuarto sin que yo lo supiera, mi habitación reguló todos los dormitorios de mi pasillo.
Así que cuando abrí la ventana y enfrié mi habitación, el calor se encendió más fuerte en todas las habitaciones de ese pasillo, dejando a mis compañeros de dormitorio sofocando con un calor de 90 grados Fahrenheit.
Finalmente fui informado por el gerente de instalaciones de mi error y me dijeron que detuviera mi práctica de inmediato... Me perdí el aire fresco.
Actualmente vivo en un edificio de de 1960 en San Francisco, no hay aire o calefacción central. Todavía abro mi ventana para el aire fresco.
El único lugar en el que he vivido donde recuerdo que la calidad del aire era cuestionable fue cuando vivía cerca de una autopista. El hollín negro se acumularía en mi balcón de los coches que pasan... ¿de los neumáticos? Abrí mi ventana, pero tenía un poco más de preguntas sobre si debería hacerlo.
Mis experiencias trabajando en rascacielos... Siempre hacía demasiado calor o frío, y tuve reacciones tan malas en la piel por estar en el aire reciclado todo el día. No lo echo de menos.
Nuestros antepasados solían ajustar su comportamiento según las condiciones térmicas del exterior: añadían o quitaban capas de ropa, adaptaban su alimentación y bebida, o la actividad física que realizaban.
Esta estrecha conexión con los ciclos de la naturaleza también les obligaba a aceptar un rango más amplio de temperaturas, tolerando más frío y más calor.
En contraste, nuestra vida moderna busca justo lo contrario: eliminar la volatilidad, aislarnos del exterior y desvincularnos de la naturaleza. Esto supone que deleguemos nuestro confort en el consumo de energía.
La pregunta es: ¿mejora este consumo adicional nuestra calidad de vida?
En mi opinión, una vez tenemos nuestras necesidades básicas cubiertas, el uso excesivo de aire acondicionado y calefacción no resulta en mayor calidad de vida. Al contrario, cada vez necesitamos consumir más energía para sentir el mismo confort.
Somos más exigentes pero no más felices.
Una reflexión veraniega muy acertada, José María.