Por qué lo llamamos “cambio climático” cuando queremos decir “calentamiento global”
Gente que decide con el aire acondicionado a tope
En días tan calurosos como los que estamos pasando, basta preguntar a los “viejos del lugar” para confirmar que cada año pasamos más calor. Que, contra lo que se suele pensar, lo notan más que los jóvenes, pues tienen más base con la que comparar.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte, flota en el aire una sensación de que no queda bien quejarse demasiado. Ni insistir en que tenemos que arreglar el desmán climático que nuestra especie ha creado.
Parece que está mal visto recordar lo que debería unirnos. Ser el aguafiestas que comenta que esto puede tener arreglo pero tenemos que actuar. Mejor seamos todos “positivos y razonables” y disfrutemos del refresco y del aire acondicionado.
Pero el lenguaje nunca es neutro. ¿O es que ser razonable es despreocuparse por el futuro? ¿O ser positivo es resignarse educadamente, en lugar de llamar a las cosas por su nombre, y llamar a la acción?

En el muy recomendable libro “The Parrot and The Igloo” (gracias
por descubrírmelo), su autor David Lipsky nos cuenta los entresijos de cómo la comunidad científica fue, primero poco a poco y después rápidamente, descubriendo la evidencia del calentamiento global por la acumulación de CO2 en la atmósfera.En paralelo, Lipsky también recoge, combinando fuerza narrativa y asombro, cómo se fraguó, consolidó y finalmente logró sus objetivos el movimiento negacionista, que extendió todo tipo de tácticas, desde la negación rotunda a sembrar dudas razonables, para cuestionar el hecho irrefutable de que las temperaturas globales están sufriendo aumentos alarmantes que presagian consecuencias catastróficas.
Y es que el negacionismo tiene raíces profundas en la lucha contra la evidencia científica. Inicialmente impulsado por un reducido y singular clan, sus orígenes se remontan al lobby del tabaco, y a décadas de primero ocultar y después edulcorar la relación directa entre el hábito de fumar y su terrible impacto en las enfermedades cardiovasculares, el cáncer y nuestra salud en general.
Aparte de estos conocidos efectos negativos del tabaco, hay que añadirle el de haber servido como campo de entrenamiento para fabricar la mentira probablemente más dañina de nuestra historia: que el cambio climático es mentira.
Entre sus grandes logros está el forzar el “rebranding” del propio fenómeno, que hemos hecho nuestro y del que no somos conscientes. Con el apoyo de un Partido Republicano unido en su inquina hacia Al Gore y todo lo que representaba, forzaron rebautizar como “cambio climático” lo que se venía llamando “calentamiento global”. Para que sonase menos preocupante. Otro aprendizaje de la industria del tabaco.
Porque hablar de “calentamiento global” evocaba sufrimiento y a “la rana que no sabía que estaba hervida”. El “cambio climático” sonaba más a “mudarse de Cincinnati a Fort Lauderdale”.
Porque sin ninguna duda el cambio climático es calentamiento global, como atestigua que los escenarios del IPCC y los objetivos de Paris se cifren en no superar el límite de temperatura de 1,5º-2ºC.
El otro día, participando en el muy recomendable taller The Climate Fresk, vimos esta imagen, que vale más que mil palabras:

Y es que Europa era muy distinta en la Edad de Hielo: Con el nivel del mar 120 metros más bajo, el continente comprendía Gran Bretaña y no estaba separado de Turquía, aparte de estar cubierto por tundra y glaciares en la mayor parte de su superficie. ¡La diferencia que hacen 5ºC!
Y es que es cierto que el clima siempre ha ido cambiando. Pero a un ritmo muy distinto del actual: Esa subida de +5ºC ocurrió en 10.000 años, el calentamiento global que estamos sufriendo ya marca +1,5ºC en menos de 200, con una progresión reciente que hace temer una subida comparable a a la de los últimos 10.000 años en menos de 300. No parece que estemos preparados para ello.
Y es que el lenguaje nunca es neutro. Y es bueno que seamos conscientes de ello cuando lo usamos. Sobre todo si nos lo están marcando los herederos de la industria del tabaco.
Saberlo lleva a otras preguntas, no menos inquietantes: ¿en qué manos estamos que condicionan cómo llamamos y por tanto pensamos sobre las cosas?, ¿por qué han querido que lo llamemos “cambio climático” cuando podían decir “calentamiento global”? ¿qué hace que se esmeren tanto en algo que es malo para todos? ¿les motivan tanto sus intereses a corto o es que prefieren no saber? ¿es que no tienen familia ni futuro? ¿qué humanidad les queda?
Intentemos ponernos en sus zapatos para responderlas. ¿Qué les mueve a intentar que cada vez pasemos más calor? ¿Y a seguir aplicando el mantra sagrado de la propaganda de Goebbels, “una mentira repetida mil veces es una verdad”?
¿Y si el autosabotaje fuese un error de fabricación de la especie humana? Cuando se empezó a utilizar de forma habitual la metáfora de “la rana que no sabía que estaba hervida”, se le ocurrió a la redacción de Fast Company comparar la reacción de dos ranas ante el agua hirviendo. A una la lanzaron directamente sobre el agua hirviendo y saltó inmediatamente. A otra la sumergieron en el agua que se iba calentando poco a poco. Contra todo pronóstico, también escapó una vez que se elevó la temperatura. ¿Nos superan las ranas reaccionando ante fenómenos adversos?
A lo mejor no es un problema como especie sino como sociedad: El calentamiento global es un problema mucho más complejo de resolver que el salto de la rana. Con todo tipo de intereses interrelacionados. Incluidos objetivos particulares y egoístas, alejados del bien común.
Así lo explicaba el difunto Papa Francisco en la encíclica Laudate Deum (2023), (gracias
por la selección):“No es posible ocultar la coincidencia de estos fenómenos climáticos globales con el crecimiento acelerado de la emisión de gases de efecto invernadero sobre todo desde mediados del siglo XX. Una abrumadora mayoría de científicos especializados en clima sostienen esta correlación y sólo un ínfimo porcentaje de ellos intenta negar esta evidencia. Lamentablemente la crisis climática no es precisamente un asunto que interese a los grandes poderes económicos, preocupados por el mayor rédito posible con el menor costo y en el tiempo más corto que se pueda”.
¿Nos encaminamos hacia el fin de la humanidad porque nos falta humanidad por parte de estos grandes poderes? ¿Qué podemos hacer para influir en sus objetivos?
Evocando a Nassim Nicholas Taleb, tal vez haya una explicación sencilla: que estos decisores sigan convencidos que esto no es tan grave simplemente porque a ellos no les afecta lo suficiente. Porque no tienen suficiente “skin in the game”.
El principal problema del mundo, según Taleb, es que aquellos que toman las decisiones no se juegan la piel lo suficiente. Los gobernantes de ahora inician guerras, pero ni ellos ni sus familiares van al frente. En Roma los constructores de puentes tenían que dormir bajo los mismos para demostrar que no se iban a derrumbar. Pero en esta sociedad hemos separado al que decide y al que sufre las consecuencias. Decisiones que no serían las mismas si ellos o sus hijos fuesen enviados al frente.
Lo que nos deja dos opciones, o cambiar la gente que decide, o que estos se jueguen la piel. Si las personas que deciden sobre el cambio climático y el calentamiento global pasan el día disfrutando del aire acondicionado y todo tipo de comodidades que les alejan de la realidad, para ellos esto es como “mudarse de Cincinnati a Fort Lauderdale”.
Hay que sacarles de sus refugios acondicionados y llevarles a viviendas sin climatización, no ya en Austin o Phoenix, sino en Indonesia o Sudán. Y que experimenten por qué hay que llamarlo calentamiento global. Que sean ellos los que se pongan en los zapatos de los demás. Y que valoren de primera mano el impacto en su salud.
Y tal vez aplicarnos también una parte del cuento nosotros mismos. Valorar si vivimos refugiados en el aire acondicionado y cada día dependemos más de usarlo, si el entorno exterior se vuelve cada vez más hostil, y recordar que lo seguimos retroalimentando con más aire acondicionado, que en muchos casos sigue quemando gas y carbón, generando más emisiones.
Hay que preguntarnos si estamos siendo demasiado razonables contra los irrazonables. Simplemente no funciona. Y nos vamos a ahogar en calor, mientras ellos siguen decidiendo con el aire acondicionado a tope. Y sin mostrar síntomas de humanidad.
Llamemos a las cosas por su nombre. Porque el lenguaje nunca es neutro. Paremos el calentamiento global. Con quejas y llamadas a la acción cuando se hable del calor. Dejemos de ser razonables con los que no lo son. Stop Making Sense!, que cantaban los Talking Heads.
Gran artículo como siempre, José María. Gracias por incluir referencias a esos libros (tengo mucha curiosidad por el de "El loro y el iglú"). Creo que también es Taleb el que dice define la burocracia como la distancia entre aquellos que toman decisiones y aquellos que las sufren... De eso tenemos mucho, como bien describes.
Gracias por el artículo, aunque de principio a fin me preguntaba si realmente señalarías al causante, y he terminado de leer con una sensación de vacío.
El mercado.
Esto no va sólo de políticos honestos y conscientes. De hecho, tiene poco que ver. Hay todo un sistema de incentivos que tarde o temprano revertirá cualquier avance por pequeño que sea hacia la dinámica general del mercado, donde el profit es lo primero.
Debemos tirar de la palanca del emergencia. No necesitamos seguir produciendo chatarra obsolescente masivamente. Podemos vivir vidas relativamente cómodas y satisfactorias con el nivel de vida de hace cien años y la tecnología actual, sin apenas trabajar, sin mercado. Ese camino ya está hecho.
Quiero compartir con vosotros a quien considero una de las mentes más claras a este respecto, Peter Joseph.
https://www.youtube.com/watch?v=QySKXfvFwsQ